• DARKYRIA

    LIBRO II - DREKO

    II

    Por favor, no lo hagáis.

    —Ya explíquenme por qué se tuvo que mencionar un supuesto matrimonio —increpo molesta a los dos hombres apenas nos encontramospor fin solos.
    Continúan en silencio ignorando mi solicitud.
    Nos hemos aseado y tratamos de comer, solo el intento porque
    apenas si los tres probamos bocado, con el infierno recién dejado atrás,
    al parecer; no tenemos fuerzas para más: nos urge descansar… ¡días!
    La posada en la cual nos encontramos es sin duda categoría
    diamante, tanto como la de Kalenos, es más que evidente por las comodidades que ofrece. Estamos en una de las tres habitaciones que se
    interconectan por unas puertas.
    Dreko va directo hacia un gran mueble de madera con vitrales y
    un cuantioso surtido de bebidas alcohólicas, ubicado al fondo de la sala
    principal. Como su único interés es saciar su placer, el cazador, otorga
    el turno a Séneca para rendir mi solicitada explicación:
    —Es muy bien conocido que las damas de compañía de la reina
    son del disfrute del príncipe Draguš y sus amigos.
    —¿La reina permite algo así?
    Mientras tomo lugar en un sillón individual color crema, con
    brocados verdes claros, miro a Dreko para intentar involucrarlo en la
    conversación; quiero que deje de estar tan ausente, sobre todo conmigo.
    Desde lo ocurrido con los monarcas, no ha hablado, ni siquiera me mira;
    aunque yo lo busco en todo momento para sentir que aún está conmigo,
    por su indiferente frialdad, estoy segura de que hay algo entre los dos,
    pero nada: no existo para él.
    El hombre de sangre celta bebe de un sorbo todo el contenido
    ámbar del vaso antes de contestarme impasible y así reconocer con
    sumo desagrado que todavía vivo:
    —A la mujer le tienen sin cuidado las proezas de su marido
    —asevera.
    —Se dice que no comparten cama, a menos que así lo recomienden
    los médicos para que la reina se embarace. Es sólo un matrimonio Real,
    un contrato, cumplir lo que se espera de cada uno. Ambos tienes sus
    amantes de tiempo atrás. Son respetuosos el uno con el otro, incluso
    son amigos.
    —Un pequeño descuido puede provocar un embarazo de la persona
    equivocada. Sin duda han de abusar de sus conocimientos y medios para
    evitarlo —añado un tanto interesada y curiosa en cómo se maneja la
    pareja más importante del reino.
    —Ambos tienen amantes, pero un bastardo ni siendo de la reina
    se aceptaría. Eso por ninguna circunstancia se permite, al contrario, se
    le juzgaría más severamente. Hasta el momento jamás se ha suscitado
    escándalo semejante. Y que acontezca un hecho de esa gravedad sería
    el nudo final de la orca que ponga final a tan odiada monarquía.
    —Pero, si ya tuvieron una hija sería poco factible que dudaran de
    otro embarazo de la reina.
    —No tengo idea cómo se maneja en tu «sueño», Rebeca —el joven rubio vuelve a tener la palabra— pero obvio, es diferente que aquí.
    Cuando está por nacer una criatura se les debe llamar a los Mecenas,
    uno de esos hombres será quien anuncie el heredi del niño y lo marque.
    Además, se asegura con prueba de sangre si es legítimo del padre e
    informa la jerarquía del recién nacido.
    —¿Jerarquía? —elevo una ceja, me es curioso el término de
    mi hermoso.
    —Consiste en redactar en la nueva fe de sangre si es el primogénito de ambos, o hijos segundos. Lo hacen para tener el control
    a través del miedo, para que la sociedad no esté trayendo niños que
    abandonen y el reino tenga supuestamente que encargarse de ellos, de
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    no ser así se incurre en vagancia y actos violetos que desencadenan
    filas de delincuencia, una plaga que por el momento está un tanto
    controlada. Cada uno de los contrayentes debe conocer la vida pasada
    y presente de su pareja.
    —De verdad que los tienen sometidos —me dan pena.
    —Si te comportas con moral, no hay ningún problema. Somos
    libres. No hay tal sometimiento como tú crees, sólo se exige una vida
    ordenada y respeto a toda ley.
    —En menos de seis meses, supuestamente, Rebeca se va —inexpresivo Dreko, con la vista baja sobre su vaso de cristal, se digna por
    fin a hablar aproximándose a nosotros.
    —Todo indica que así es —contesta Séneca.
    —Es mucho tiempo teniendo encima la atención de la reina.
    —Lo mismo he pensado —reconoce mi amigo encogiéndose
    de hombros.
    —Tenemos que actuar con rapidez y arreglar todas las licencias
    para que esté todo listo en dos semanas.
    —Le requeriré una carta a la reina en la que ella misma esté
    otorgando su venia, así será más rápido y sin contrariedades.
    Su conversación solo es entre ellos, estoy fuera de la conversación
    por completo. Por suerte y para evitar una pelea, estoy tan agotada que
    no me importa.
    —Detesto deberle algo a esa puta —vuelve a acercarse al estante
    de vidrio y sirve más whisky—, pero será mejor si tenemos esa carta
    —bebe todo el líquido como si fuera agua.
    Frunzo el ceño; detesto esa forma desmesurada de beber y más
    odio saber por qué lo hace.
    Mejor decido interferir en los planes para despejarme un poco:
    —No se preocupen, la reina prometió que el emisario es su hombre
    de más confianza para dar oficialmente mi liberación…
    Golpea con una mano cerrada uno de los vitrales provocando un
    ruido tan agudo e hiriente que estremece por demás todos mis miedos.
    Extrañamente el fuertísimo golpe no logra dañar el vidrio.
    —¡Estamos hablando de nuestra boda, Rebeca! —y de nuevo
    vuelve a cargar su tan densa y fría mirada plata sobre mí.
    —¿¡Qué!? —el grito sale más fuerte de lo que esperaba con el mismo
    shock con el que me pongo de pie— ¿De qué demonios estás hablando?
    —¿Qué no habéis escuchado todo lo que estamos diciendo? —me
    espeta con crueldad, como si fuera una imbécil.
    —Deben casarse, Rebeca —asegura Séneca—. Tenemos demasiadas
    dificultades encima y la unión de ustedes nos salvaría de todo. Que el
    señor Dreko haya aceptado esta solución como alternativa es perfecto.
    —¿Que me haga el favor de querer casarse conmigo? —suelto
    con sarcasmo y rabia asesina.
    —¡Sí, es ideal! —mi amigo tan inocente no capta mi indignación;
    que rápidamente se mezcla con los más oscuros sentimientos—. Como
    su mujer temerán meterse contigo, ni el príncipe lo intentaría si la
    reina no lo permite. Este vínculo con un cazador no es de importancia para nadie, solo concierne a los mismos cazadores. Eso hará que
    no seas interesante para los de la sangre Electus; y podrás partir sin
    problemas, sin temer que descubran que se usó de nuevo hechicería.
    Si por ser protegida del señor Dreko te respetaban en parte, como su
    esposa no habrá cabida a nada más. La gente pensará dos veces antes
    de meterse contigo o con Mikel. Ve como algo tan absurdo, motivado
    por los celos de un malcriado, nos metió en esta grave situación. Ibas
    a morir, Rebeca —recalca esa palabra con mucho dolor y tormento
    cuando con desesperación pasa ambas manos por su muy afectado
    cuello—, si no es porque al final la baronesa de Quivira, que es muy
    querida por la reina, intervino. Es muy raro que la mujer sienta respeto
    por alguien y tuviste la fortuna que una de esas pocas personas sea
    la baronesa. Yo sólo fui, por varios años, un siervo del príncipe, pero
    dudo seguir con esa buena fortuna si algo similar vuelve a pasar. Y ya
    viste, siendo tan fiel a Draguš «El leal» tardé cuatro días para poder
    verte; no había conseguido, en absoluto, el interés de la reina Galia
    hasta que intervino la baronesa. Un matrimonio y con el señor Dreko
    cambia todo, en Alqeria, lejos de aquí.
    Sinceramente no tengo ni puñetera idea qué tanto dice este niño,
    no lo estoy escuchando porque algo sí tengo muy claro:
    —De nada me ha servido ser su pupila. Si fuera así no estuviéramos aquí y mucho menos discutiendo esta tontería.
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    —No tienes idea de lo que dices. Si no pudiste notarlo, sin duda,
    como su esposa lo veras. No sólo el apellido del señor Dreko te favorecerá, también su heredi. Entre heredis se cuidan, pero nadie se compara
    a como lo hacen los cazadores.
    —Me puedo casar contigo, tú eres Puro.
    —Sin ningún linaje, no te sirvo. Pero lo que más importa: ya lo
    anunciamos. Dudo que como mi esposa el príncipe pierda interés en ti
    al sentirse burlado.
    ¡Maldita sea! Estoy desesperada. Apenas trato de abrir las puertas
    y se me cierran en la cara de nuevo esta salida, pero… ¡Jamás hay sólo
    una opción!
    —Debe haber otra solución.
    —No estás a salvo ahora si alguien quisiera perjudicarte.
    El cuerpo y mirada de Dreko demuestran que él ha sobrepasado
    su límite:
    —Necesitáis una alianza y no veo por aquí a ningún hombre
    suficientemente imbécil que quiera cargar con vos.
    —¿Cómo tú?
    —Yo tengo palabra y prometí protegeros y eso pretendo hacer
    para evitar que seáis la nueva ramera del príncipe —la voz de Dreko
    es grave mientras se para detrás del sillón largo que tengo enfrente—.
    Aunque no sé qué pensáis; si acaso lo queréis: es famoso el hombre por
    ser generoso —suelta estas últimas palabras como un dardo envenenado.
    ¡Cabrón! Juro que terminaré matando a este idiota.
    —Vete a la…
    —Porque casarse con un cazador tiene muchas ventajas como
    miles de desventajas y vos ya lo sabéis.
    Odio a este hombre. ¿Cómo logra desconocerme así de rápido y
    fácil? Volvemos al inicio desagradable de nuestra convivencia: un ser
    insensible, cruel. ¿Cómo puede actuar así después de lo vivido juntos?
    Yo lo hice porque supuse sería lo mejor. ¿Y él? ¿Qué maldita justificación
    tiene de ser tan despiadado conmigo? Es cierto que me porté como la
    peor perra, pero… ¿Este trato es necesario?
    Su comentario sobre el príncipe fue tan burlón que me provoca
    un coraje peligroso, que hasta mi cansancio ha vencido, dándome una
    energía siniestra que no puedo evitar. Es por ese motivo que corre fuego
    en mis venas y sólo deseo herirlo tanto como él lo ha hecho, nada más
    así no verá el daño que me hace su proceder:
    —Por unos meses puedo aguantar lo que sea, hasta tener que
    fingir ser la mujer de alguien como tú.
    * * *
    Dreko se adelanta para tener las licencias; nosotros, Séneca, Dirom
    y yo, tardaremos en llegar tres días más con respecto a la ruta del cazador. Es una falta a los usos y costumbres de esta sociedad que una
    mujer monte a caballo en carreteras, con connotaciones de vulgaridad,
    rayando en lo inmoral. ¡Qué exageración! Entonces mi viaje promete
    ser mucho más largo.
    Durante el trayecto, Séneca y yo hablamos de cosas sin importancia,
    un poco de todo, evitando tocar el tema de la boda falsa. Únicamente
    pensarlo me pone muy ansiosa y por Dios que no quiero indagar en mi
    perturbada mente porque realmente estoy con los sentimientos a flor
    de piel.
    * * *
    —¡Mamá! —chilla ansioso Mikel apenas el carruaje se detuvo en
    la casa que se ha convertido en mi hogar— ¡Mamá!
    —¡Mi niño! —salgo de un brinco y me dejo caer de rodillas cuando
    veo correr desesperado a mi hijo hacia mí. Choca en mi pecho sacándome un poco el aire. Me río encantada. Nos abrazamos con esa misma
    ansiedad de ausencia contenida—. ¡Cómo te extrañé! Estás bien, ¿cierto?
    —Os julo que yo no lobe nada —me asegura muy agitado, lleno de
    inquietud y con lágrimas en los ojos—, de veldad que ya no soy malo,
    mamá.
    —Yo lo sé, ya no te preocupes —contagiándome de su sufrimiento
    lo abrazo más fuerte —. Tú jamás fuiste o serás un niño malo, mi niño.
    ¡Eres el mejor hijo!
    —¿Sigo siendo vuesto chiquio?
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    —Siempre.
    Levanto la mirada para tranquilizarme, porque no quiero que
    me vean llorar y me encuentro con una Ovatt sonriendo de verdad, por
    primera vez. Y es ahora que conozco también la ternura de su bella
    alma, que supera la belleza exterior; afirmarlo así, es mucho. Le regreso
    igualmente el cariño y la infinita gratitud por cuidar de mi pequeño.
    Dirom, parado detrás de mi amiga, me observa con palpable pesadumbre; de inmediato siento pena por él. Desde que inició toda esta
    pesadilla me ha sido imposible que tengamos un diálogo; es evidente
    que me estuvo evitando, pero no comprendo la razón. Por fin lo tengo
    de frente y puedo agradecerle por todo.
    Soltando a mi chiquillo me levanto y camino hacia la casa para
    abrazar a mi amiga. Se sobresalta al principio por mi «ocurrencia» y,
    poco a poco, torpemente, me regresa el gesto, pero después, con mucho
    cariño, responde a mi acercamiento.
    Me hubiera encantado expresar lo efusivo de mi corazón a mi
    Bollywood particular, pero sé que sería mucho más incómodo que con
    Porcia, entonces nada más le ofrezco la mano y se la estrecho con mucho aprecio.
    —Señorita Mares, no habrá actos ni palabras que trasmitan el
    pesar que siento por haberos fallado…
    Entonces es por eso que huía de mí: se siente culpable.
    —Señor Dirom —le tomo del brazo— escúcheme bien, nada fue
    su culpa. —La dulzura de mis palabras parecen turbar los sentimientos
    del hombre moreno—. Lo único que queda por decir es: gracias. Hizo
    de esta travesía algo personal y es por eso que la que no tendrá nunca
    actos o palabras, para agradecerle por tan grande muestra de lealtad y
    cariño hacía mí, soy yo.
    —Señorita, yo… —se le corta la voz.
    Aprieto con ternura su gran mano al soltar su brazo y, en forma
    tácita, ambos sabemos que no se quiere más; me dirijo a mi amiga:
    —Gracias por cuidar a Mikel; mi infinita gratitud —me volteo
    y finalizo sonriendo a Séneca—. No podré dormir si no voy en este
    instante a agradecerle a la baronesa Ferrer lo que hizo por mí —comparto con todos.
    La puesta de sol es bastante tarde en Darkyria. Pasadas las diez
    de la noche el enorme astro se empieza esconder, por estas fechas. Y
    como apenas eran las siete de la tarde este maravilloso disco brillante
    se encuentra en todo su esplendor.
    —Será conveniente acompañaros; iremos todos con vos —dice
    Porcia asegurando la puerta de la casa con llave.
    * * *
    —¿¡Cómo que os desposareis con el cazador!? —Se frena bruscamente Ovatt e interfiere en mi camino. Está tan pálida que temo
    desmaye, con ese rostro de diosa pagana sería una pena que cayera al
    piso—. ¿¡Qué barbaridad es esa!? Llevarlo a cabo es sentenciar vuestra
    existencia.
    —Porcia, de verdad no te preocupes —susurro con una delicada
    actitud al ver sus suaves ojos olivo.
    Sin perder el buen humor miro a mi hermoso hijo, que en su infantil
    indiferencia percibe la escena sin interés. Rodeo a la inmóvil pelirroja
    para abrirme paso; pues tengo la intención de cumplir mi objetivo de ver
    a Laura en Quivira Square; por la hora es posible que la encuentre ahí.
    Decidida a hacerse escuchar, me detiene sujetándome del brazo
    con firmeza:
    —¿Qué no comprendéis la gravedad? ¿Lo riesgoso de tener proximidad con esos monstruos? Sobre todo, para vos, Rebeca, al no ser de
    sangre cazadora os vuelve muy frágil ante su maldición.
    —No es lo que quiero para mí… —Alcanzo a decir, cuando toma
    muy alterada mi rostro entre sus finas manos y me obliga a mirarla a
    los ojos.
    —Entonces ese maldito perro os está obligando, ¿¡por qué!?
    —No, no es eso —jamás la he visto tan alterada, es tanta su transformación que me compadezco de ella; quiero tranquilizarla, poso mis
    manos junto a las suyas sobre mi rostro, con amorosa tranquilidad—.
    En casa te explico las circunstancias.
    —¿¡Embarazada entonces!? —¡Dios, madame Feu morirá! Parece
    que sólo la idea estuviera a punto de asesinarla.
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    —Nada de eso… —respondo conciliadora.
    Escucho como el sonido de unos casquetes de caballo se detienen
    detrás mío.
    —Señorita Mares.
    Quien me habla es una voz vigorosa y… conocida.
    No puedo añadir más a mi conversación con mi amiga porque la
    gente reunida en la plaza comienza a hacer alboroto. Yo ya acostumbrada a la mala vida espero lo peor. Es por eso que jalo a Mikel hacia mí.
    Me giro y volteo hacia arriba, cubriéndome los ojos con la mano
    para minimizar los rayos intensos del sol. Tratando de identificar al dueño
    de la voz; el hombre altivo de impecable traje desmonta de su semental.
    —¿Usted? —cuestiono desconcertada.
    Esa mirada oscura, aunque poco vi, jamás se me olvidaría por lo
    inquietante. Y no en el buen sentido. Yo pensé que era por el escenario
    macabro donde nosotros dejábamos de ser los protagonistas de nuestra
    propia vida, sin embargo, estamos ambos obviamente vivos, libres, él
    luciendo esplendida ropa, y esos ojos serios que angustian, ahora incluso
    muchísimo más que cuando solamente me quedaban unas horas de respiro.
    El hombre de piel oscura viste un traje con chaleco y pantalón
    extravagante, color amarillo mango, que a muy pocos podría quedarle
    un tono así de llamativo, pero en esta persona parece que el color ha
    sido exclusivamente hecho para él, luce muy atractivo. Es alto, mucho
    más de lo que nuestra situación anterior me permitió descifrar. Debajo
    del rico vestuario con incrustaciones de perlas, ceñido como segunda
    piel contrasta su camisa blanca.
    Segundos me lleva darme cuenta que posee un cuerpo atlético.
    —Me percato de que me reconocéis. Me alegro —su comentario
    rompe mi análisis.
    —¿¡Se conocen!? —pregunta estupefacto Séneca.
    —Compartimos unas cuantas experiencias. Un placer volverla a
    ver —regresa a su caballo en un movimiento y lo monta—. Y os recuerdo
    que la gracia de vuestra majestad la reina «virtuosa», os seguirá como
    vuestra lealtad a ella. Hasta pronto.
    Y tan rápido como llegó se va.
    —¿Dónde se conocieron? —insiste mi hermoso.
    Perpleja sin comprender nada contesto con gran asombro:
    —Según dijo… ahmmm… estaba en la celda de al lado —lo último
    apenas puedo balbuciarlo. Me cuesta mil intentos lograr una lógica de
    cómo es posible que precisamente ese hombre estuviera vivo, pero sobre
    todo exactamente aquí... ¡Enfrente de mí!
    —¿Estáis segura? —interviene Ovatt—. No tiene sentido lo que decís.
    —Lo sé; supuestamente lo iban a ejecutar. Me abordó con
    su plática…
    Séneca pone su mano en mi espalda y comienza a empujarme,
    obligándome avanzar solamente él y yo.
    Nos metemos en una callejuela estrecha alejándonos de la gente,
    sobre todo de nuestros tres acompañantes.
    —Por cierto… ¿Y Dirom? —pregunto como recurso de distracción.
    —¿Qué le dijiste? —me habla en un tono que no comprendo:
    enojado, inquieto… no sé.
    —Nada importante, Séneca —contesto molesta. No tengo mucha
    tolerancia en este momento para soportar su paranoia—. ¿Qué pasa?
    —Ese señor es el hombre de más confianza de la reina. Es Habái
    Sablém: el cazador Real.
    Abro y cierro la boca un par de veces al no encontrar mejor argumento que el siguiente:
    —Entró a la celda sólo para sacarme información. —¡Ahora lo
    entiendo!
    —Dime por favor —suplica inquieto— que no dijiste nada… ¡Que
    no confesaste nada!
    No puedo evitar impacientarme más y poner los ojos en blanco:
    —Si estoy libre es obvio que no dije algo que nos comprometa.
    —No, Rebeca, Sablém se maneja entre telarañas es escurridizo. Hay
    una razón mucho más allá para que él personalmente viniera a entregar
    tu liberación. Desde que lo mencionó la reina se me hizo muy extraño,
    pues no es usual que en casos de ignavus se involucre su cazador. Está
    aquí por algo mucho más grave.
    —¡Y no debe ser precisamente por mí! —trato de calmar su paranoia—. No soy importante para ellos. Solo soy una dañada mental
    que se mete en problemas.
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    —Rebeca, la reina va por ti. Y lo deja claro Sablém anunciando ante
    muchos su llegada y en particular para contigo —ya se había tardado
    en lacerar aún más su cuello. Mi amigo comienza a pasar sus dedos con
    ansiedad donde siempre su cuerpo es víctima—. ¿De qué hablaron la
    reina y tú a solas? ¿¡Qué te dijo!?
    —Nada… nada importante —guardo silencio para recordar todo,
    lo mejor posible—. Únicamente dejó bastante claro que… no creyó que
    estuviera loca.
    —¡No puede ser! —Y se muestra aún más inquieto.
    —Calma, me lo dijo, pero no como amenaza. No debes preocuparte.
    —No te lo pregunté antes porque su statem es de uso exclusivo
    para su gobierno, situaciones que le atañen a Darkyria como posible
    amenaza, ni siquiera de su vida personal puede visualizar. Su poder, de
    manera natural está hecho exclusivamente para servir al reino, pero
    ahora con esto… ¿Te tocó?
    Afirmo apenas moviendo mi cara.
    —¿Qué te dijo?
    —Nada, sólo abrió mucho sus ojos, me vio detenidamente y se alejó.
    —¡Dios! —lleva sus manos echas puño sobre su boca y los cierra
    con fuerza junto sus ojos.
    —¿Crees que pudo ver mi regreso y por eso envío a su cazador?
    Pero… —cierro la boca, sinceramente es muy ridículo que alguien como
    yo tenga la más mínima importancia para una mujer de esa jerarquía—.
    No creo, eso no le afecta en absoluto. No pudo ver eso. Deja de hacer
    tanta especulación y preocuparte. Comiezas a asustarme…
    —Más no podría estar: Habái Sablem te tiene en la mira y...
    —¡Ya basta, Séneca! —Le grito. ¡Por Dios, que se calle! Solamente
    pensar que tenga razón me mata del miedo y mis nervios están tomando
    caminos pantaneros… van que vuelan al cementerio.
    —Debemos decirle al señor Dreko.
    Sale disparado del callejón y yo detrás de él para detenerlo. No tiene
    sentido lo que dices. Estoy segura de que sólo vino el cazador Real para
    cumplir el trabajo que nos anunció la reina. Ningún otro propósito más.
    Presurosa y distraída pensando en la tormenta en el vaso de agua
    de Séneca, no me fijo por dónde camino y choco con varias personas,
    pues la calle se encuentra de repente muy transitada. La cuarta vez que
    me tropiezo es con un tipo de gran estatura y al contacto comienzo a
    recrear imágenes en mi mente: el hombre que aparece en ellas es el mismo
    que hace semanas vi y había perdido un brazo, por ser un criminal, un
    rutin. Soy testigo de cómo esa persona de gran tamaño y de espalda muy
    ancha está con su hijo cargándolo en brazo, abstraído viendo como una
    casita sencilla de madera, sólo un piso y ventana, se está consumiendo
    por el fuego. ¿¡Habrá propiciado él ese incendio dejando víctimas!?
    De repente, estoy otra vez en la realidad y ese tipo con quien
    choqué ya no está, por más que, desesperada, trato de encontrarlo con
    la mirada, el mar de personas a mi alrededor lo hace imposible.
    —Séneca… ¡Séneca! —lo llamo corriendo tras de él— creo que
    vi el crimen de un hombre que salió de la isla…
    —Le diré al señor Dreko, Rebeca —continúa ignorando
    mi comentario.
    Me hace olvidar todo y recordar por qué estaba discutiendo con
    él. Ese par de amantes ya me tienen sumamente harta… ¡Pushit!
    * * *
    Parece que pedirle que me acompañara había sido una mentada de
    madre para madame Feu. Un «no» jamás tuvo tantos sinónimos. Tanta
    palabrería fue mucho. Ni de coña mi amiga me quiso acompañar a la
    revisión «trimestral» y para mí era apremiante al carecer de la mínima
    idea de qué se trata, pero desgraciadamente, era imposible exponerle que
    necesito de verdad su ayuda; seguramente ella supone que por varios
    años he ido por mi sello.
    A mi edad debería ser «experta» en ser toda una «mujer» en
    Darkyria… ¡Joder!
    Por suerte, su categórica negativa me hizo darme cuenta que es lo
    mejor, debo ir sola, por lo mismo que no conozco el procedimiento del
    registro, ella no debe percatarse de esto. Pero, sobre todo: ya no quiero
    escuchar más sermones en varios idiomas e ideologías religiosas (y
    sospecho que, a este punto, también hasta diabólicas) sobre mi supuesto
    matrimonio, por eso salí huyendo de la casa.
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    Dejé a mi pobre hijo a merced de la sublime pelirroja… ¡Qué el
    Todopoderoso se apiade de mi chiquillo!
    Agradezco los intentos vagos de mi hermoso por decirme qué
    debo hacer, sin embargo, el pobre no tiene casi idea. No puedo evitar
    maldecir al estúpido de Dreko que no se digna dar la cara y me tiene
    pasando sola estos predicamentos; usando a su conveniencia a mi noble
    amigo y a Dirom de mensajeros.
    Realizar el trámite es imperioso por un motivo: burocracia requerida
    para casarse. Se debe tener todo en regla para contraer matrimonio y
    se obliga que la mujer indique de forma oficial en que «condiciones» se
    presenta al altar, a su pretendida vida conyugal y por lo tanto… nuevo
    dueño. Cuestioné a Séneca por qué esta vez optó por el registro y no
    por falsificar el documento prenupcial, como mis anteriores trimestres;
    la razón es que creé pertinente mantener un perfil bajo por si es posible que esté en la mira de los altos mandos. Por ese motivo, de ahora
    en adelante, la primera semana, cada tres meses, deberé venir por mi
    estúpido sello sexista.
    Aunado a todo esto, no sé si por el viaje, las drogas, la pérdida
    de energía, tengo muy alterada mi menstruación: apenas hace un par
    de días me bajó. El cuidado en Darkyria sobre algo tan desagradable
    es maravilloso y yo solita aprendí: se coloca una especie de malla trasparente en los labios vaginales y se adhiere, siendo el contacto apenas
    perceptible cuando se está en las actividades diarias y sin nada de olor
    o mancha en la ropa. La toalla femenina renacentista se debe colocar
    nueva cada vez que se va al baño, ya que se deshace con la orina. Por
    obvias razones es de un solo uso, siendo mucho más cómodo y práctico
    aquí que en el siglo xxi.
    Llegué, con la ayuda de Dirom, a un pequeño edificio de piedra,
    de una sola planta, con las iniciales gravadas trm 34 arriba de la doble
    entrada de vidrio (que sería esto en mi época como una clínica de la
    mujer); pienso que debe demorar mucho eso de manosear una por una al
    pueblo femenino de Darkyria que tuvo la maldición de tener su primer
    sangrado y empezar este peregrinaje, pero no es así. Toda la organización del lugar mucho mejor que en mi tiempo. Mi Bollywood espera
    afuera; llego con una recepcionista morena vestida de blanco, le digo
    cuáles son las razones por las que me encuentro aquí y me pide tomar
    asiento. Espero junto a mujeres de todas edades y clases sociales, que en
    su mayoría son muy agradables y sonrientes. No somos más de treinta.
    Después de quince minutos me atiende un doctor de avanzada edad y
    de afable presencia. Como es común en personas de la salud, también
    viste con bata blanca. Sin más preámbulo, pincha mi dedo índice, con
    una afilada aguja de vidrio y me pide que deje caer la gota en una lámina
    de material trasparente. Al tener mi sangre y mi documento los desliza
    por una luz roja, algo así como un escáner, que se localiza sobre la mesa
    metálica, como las que se usan en los laboratorios, y me lo devuelve.
    Fue todo tan rápido que ni tiempo tengo de sentarme en su consultorio.
    Abre la puerta de madera y se despide con caballerosidad. Sin saber qué
    pasó exactamente adentro. El señor de cabello ceniciento me entrega
    un sobre blanco rectangular, junto con mi fe de sangre. Se despide con
    un embozo de sonrisa.
    El sobre está sellado por un gran holograma circular, el contorno
    es el diseño de una serpiente; en el centro tiene las iniciales trm 34 (la
    abreviatura de Trimestre y el número es la clínica de la mujer que es).
    En la parte inferior, aparece, supongo, el nombre del doctor que me
    atendió: Dr. Zvérev.
    * * *
    Ayer fracasé en mi intento por localizar a la baronesa en Quivira
    Square, situación que lamento mucho, porque de verdad es apremiante verla; deseo reiterarle mi eterna gratitud. Desgraciadamente no
    la pude encontrar, pero el viaje no fue en vano. Han pasado casi dos
    meses sin que la baronesa ni yo estemos para administrar el lugar de
    acogida, por lo tanto, hay mucho trabajo. Laura, en estos días, por
    motivos de su embarazo se ha visto obligada a ausentarse, entonces
    asignó esta tarea al administrador del barón. Siendo un hombre muy
    ocupado no pudo hacer mucho, dejando un pequeño caos, pero nada
    que no pudiéramos solucionar Porcia y yo, con ayuda de las jóvenes. Lo
    principal era recoger las donaciones faltantes para poder pagarle a los
    acreedores. Según dijeron las mujeres, el administrador criticó a más
    99
    no poder mi trabajo, que las cuentas no estaban en orden, que faltaba
    dinero. Claro que así es, porque no se habían recaudado las donaciones
    en todo este tiempo. Cometí el error de registrar esos ingresos unas
    horas antes del arresto, di por hecho que iba a obtener el dinero al
    siguiente día (por la confirmación de varios comerciantes y nobles de
    su aportación), lo anoté, para adelantar trabajo. Me urge hablar con
    la baronesa, no quiero que dude de mi honestidad y capacidad laboral:
    ahora menos que nunca.
    Una vez que terminé de dar de comer a Goethe, lo monto, Dirom
    me sigue con su acostumbrada serenidad. Salgo para ver a mi jefa.
    Me levanté temprano para dejar en claro las cuentas y llevárselas:
    todo por fin se encuentra listo.
    No pude dormir por la urgencia que tengo de aclararle la situación a
    Laura; eso me tiene los nervios alterados; además que desde las cuatro de
    la mañana el día resplandece. Tanta luz en estos meses y tanta oscuridad
    en las estaciones pasadas me afecta demasiado. Horarios tan extremos
    me joden de verdad: he envejecido veinte años. Lo puedo jurar. Según
    Séneca, agosto y septiembre son los meses que tienen los horarios a los
    que estoy acostumbrada: amanecer entre las seis y siete y oscurecer de
    ocho a nueve. ¡Así es como debe de ser! Lo decente y humano. El resto
    de los meses aquí son únicamente experimentos amorfos, resultados de
    la manipulación a la que nos someten los seres «supremos».
    Ignoro totalmente dónde viven los barones de Quivira, y me limito
    a seguir a mi Big Brother, quien en forma solícita tenía ya los caballos
    preparados para iniciar nuestro trayecto. Él, como siempre, lo ha de saber
    todo. Y como bien Dirom me informó, la residencia se encuentra en las
    afueras de Alqeria, donde viven los nobles de la ciudad y las familias de
    los comerciantes importantes.
    Los extensos jardines que rodean las mansiones son impresionantes por su hermoso pasto verde. En absoluto les afecta el clima que no
    excede los diez grados. Ni idea como pueden ganarle a la naturaleza.
    No sé cómo lo logran, pero lo disfruto, es bellísima la vista de postal.
    Los enormes edificios y su señorío son magníficos. Dirom también me hizo saber que la residencia de los barones de Quivira es la más
    famosa de la ciudad por ser, por mucho, la más imponente.
    Cuando nos detuvimos se me escapa un «wow». ¡Alucinante! Mi
    escolta se quedó corto. Aun estando preparada ya, con las mansiones
    del camino, me sentía testigo de algo impresionante. Conociendo una
    ciudad como Kalenos, pensé que nada volvería a sorprenderme. Me
    encanta darme cuenta que todavía hay cosas para maravillarme y que
    mi medida de asombro está lejos de llegar al límite.
    Ahora pienso si los arquitectos del palacio de Versalles no se
    inspiraron en la herencia Quivira.
    Igual que el palacio de Luis xiv, éste está custodiado por una reja
    que abarca todo el perímetro de los enormes terrenos de la mansión.
    Instalar tan extenso enrejado y con ese trabajo de herrería tan elaborado
    debió costarles una fortuna y mucho tiempo.
    —Buen día, señor —saluda Dirom al hombre de ropa totalmente
    negra que está en su pequeña caseta de vigilancia. Éste se aproxima
    unos pasos mientras nos examina con sus ojos azules, como máquina de
    rayos «x» —. Mi señora, la señorita Mares, protegida del señor Dreko,
    ha venido a visitar a la baronesa Ferrer.
    Frunzo la boca extrañada por tanta formalidad. Espero no tenga
    que enseñar mi historial de vacunas y demostrar que no cuento con
    piojos o algo contagioso.
    Como ya veo los manejos del lugar le entrego, antes de que me lo
    pida, a mi acompañante mi fe de sangre.
    —¿Algo qué declarar?
    Mi acompañante no responde; únicamente se limita a estregar
    la espada que desfunda del cinto de piel negra de su cintura y nuestros
    pequeños documentos.
    El hombre de la casa Quivira la toma y pasa una vara cilíndrica,
    de unos sesenta centímetros, alrededor de los caballos y de nosotros.
    A pesar que me resulta excesivo tanto protocolo no exclamo mi
    inconformidad; según Ernesto, a todo aquel que se acercara a Bernat, a
    su hija o a mí, era investigado hasta los dientes. Extravagancias de los
    ricos… ¡Oh, qué tiempos aquellos! Me río.
    Es extraño, pero no desagradable, estar del otro lado de la economía social.
    101
    El hombre asiente sin pronunciar una sola palabra más, entra a su
    caseta y pasa nuestra fe de sangre por su escáner de luz blanca.
    —Pasad —nos permite la entrada el delgado guardia de estatura
    alta—. Bienvenidos, mi lady la espera, señorita.
    Se abre automáticamente el enrejado dorado y habiendo recibido
    nuestra documentación de regreso, le agradecemos al señor su servicio;
    yo con una sonrisa.
    El camino para llegar a la puerta principal es recto, a un par de
    minutos. La vereda es tierra fina comprimida, completamente blanca
    como el talco. Me llama la atención como esta superficie, tan fácil de
    contaminar no tenga huella alguna de pasos o suciedad: otro toque
    especial del que solamente Darkyria disfruta.
    —Impresiona todavía más al estar el palacio en lo alto —comento
    maravillada a mi guapo Bollywood mientras seguimos sin prisa, nuestro
    camino a la mansión; deseo disfrutar la vista.
    —Hace apenas seis meses era una construcción en obra muerta.
    El barón la compró al casarse, pero su esplendor se debe a la baronesa.
    —¿Estaba abandonado?
    —Los antiguos dueños cayeron en desgracia; por más de veinte
    años lo estuvo. Nadie la compraba porque varios siglos atrás era aquí
    el panteón público de Alqedia. La gente de esta ciudad puede ser muy
    supersticiosa, por lo mismo se dice que es la ciudad más decadente en
    el reino. Las personas adjudican la ignorancia a la pobreza, pero en
    realidad se debe a que desechamos la verdad y nos tragamos lo absurdo.
    Lo bueno es que los barones no sufren de la peor epidemia del alma:
    la ignorancia. No obstante, con su ocupada agenda nos regalaron una
    noche buena y año viejo inolvidable para todos.
    —¿Qué hicieron?
    —La baronesa junto a un considerable número de ayudantes
    llenó los jardínes con muchas luces, adornos, enormes figuras de hielo,
    y todos lucían la magia de esas fechas. Abrieron sus puertas y durante
    semanas sus jardines fueron invadidos por familias enteras contemplando
    el encanto del lugar.
    —Qué lamentable que no pude disfrutarlo también; solo imaginar
    cómo debió lucir me emociona —como niña el entusiasmo no cabe en mí.
    —Anunció Lady Ferrer que cada año repetirán el evento, aunque la decoración será toda diferente, para sorprendernos. Ya lo verá
    en diciembre.
    No, no será así porque ya no estaré, me dije en un mutismo cargado de añoranza.
    Recordar que no pertenezco aquí, que por más que Darkyria
    me esté robando el corazón, soy una intrusa, un insignificante ser de
    los continentes, quedando claro que tengo que regresar a mi vida, mi
    tiempo, mi mundo.
    Desmonto a Goethe sin esperar ayuda; Dirom se acerca para
    tomar las riendas de mi sumiso corcel. No entiendo todavía las normas
    de aquí, pero me da gusto saber que puedo hacer un viaje así, a caballo y
    disfrutar de mi Goethe sin que sea mal visto, como muchas otras cosas
    que se les restringe a las mujeres. Al parecer montar, para viajes cortos
    está permitido, creo…
    Subo los escalones de mármol azul oscuro de la entrada, que son
    similares a las escaleras de Dreko en su casa.
    Hay un botón dorado, lo oprimo. No se escucha nada; después
    de unos segundos se abre la gran puerta principal, queda claro que sí
    me escucharon.
    —Buenos días, en que os puedo servir —una mujer joven de tez
    morena muy delgada, me saluda con una sonrisa inmaculada.
    —Buenos días, soy la señorita Mares, vengo a ver a la baronesa
    —extiendo mi fe de sangre.
    —Oh sí, he escuchado mucho de vos, señorita —sonríe y niega
    con la cabeza al ofrecerle mi documento—. Permitidme anunciaros, pero
    no creo que pueda mi lady recibiros, se encuentra indispuesta.
    Tal noticia me shockea un poco, una joven como Laura debería
    gozar de total e integra salud.
    Muy preocupada digo de todo corazón:
    —Espero que no tenga problemas con su embarazo.
    La joven de complexión demasiado delgada titubea y advierto un
    pequeño temblor en sus labios.
    —Permitidme.
    103
    Acepto con una sonrisa llena de pesadumbre y volteo a ver a Dirom
    que ya está detrás mío con tres pequeñas cajas blancas, de madera blanca.
    —Gracias.
    Qué hombre más cuidadoso con los detalles; cargar en su caballo estos lindos presentes. Dirom definitivamente es muy resolutivo,
    ¡es increíble!
    —¿Señorita Mares? —una voz grave de señora madura me llama.
    Al girar me encuentro con una mujer de semblante duro.
    —Sí.
    —Mi nuera me ha contado maravillas de vos. Un placer conoceros.
    Al saber quién es, de inmediato hago una reverencia.
    —Mi lady, el placer es mío.
    Es la baronesa viuda. Jamás Laura me ha hablado de ella, bueno,
    de nada que no fuera de trabajo, pero, por el semblante de yeso de la
    mujer no creo que sea una agradable suegra.
    —Soy la señora Ferrer, no poseo título alguno.
    Una realidad que no le es grata en absoluto y lo manifiesta con
    ese comportamiento y palabras tan endurecidas.
    —Perdón, lo desconocía —agrego a modo de disculpa.
    —No os preocupéis, la gente que nos conoce por primera vez
    también se confunde. No sé si mi nuera os pueda recibir, pero adelante,
    no os quedéis afuera con este clima tan desagradable.
    Agradeciendo la invitación le pregunto:
    —¿Dónde puede mi acompañante dejar los pequeños detalles
    que traje?
    Con análisis pétreo y su oscura mirada observa a Dirom:
    —Seguidnos, señor, estará bien en la sala de visitas.
    Los dos entramos detrás de la mujer.
    La casa de techos altos e invadida de luz, riqueza y bello arte nos
    da la bienvenida.
    —Este espacio es extasiante; sin igual —felicito a la señora.
    —Exclusivo talento de la baronesa —afirma en un gesto de orgullo
    por la joven que es esposa de su hijo.
    Ingresamos a una acogedora estancia que es la sala.
    —Sentaos por favor, ahora nos traerán algo de beber, ¿gustais
    de algo en especial?
    —No quiero ser inoportuna. La joven que me recibió comentó que
    la baronesa se encuentra indispuesta. Espero no sea nada de cuidado y
    su embarazo tenga un óptimo curso.
    Inhala profundamente y saca el aire pesado:
    —Está bien.
    —Me alegra saberlo. Vine sin previo aviso. Comprenderé perfectamente si la baronesa no puede verme.
    —No hay problema, Laura sabía que acudiríais pronto. Si me permitis me interesa conoceros un poco. Por favor sentaos —y se dirige a
    Dirom: —Si es tan amable… ahí en la mesa está bien.
    Acepto con agrado la invitación para tomar asiento en uno de los
    sillones largos, de armoniosa combinación morado y beige de la estancia.
    La anfitriona hace lo mismo frente a mí.
    Mi Big Brother 2 deja los obsequios sobre el mueble que le indicaron, una superficie de mármol beige con una gran base de patas doradas.
    —Con vuestro permiso —se despide el hombre con su acostumbrada propiedad y se retira.
    —Me había Laura mencionado lo joven que sois, pero no me
    imaginé que tanto.
    —No más que la baronesa —sonrío.
    Sus ojos negros forman unas rendijas muy estrechas para darle
    más profundidad al riguroso examen de mi persona. Es bastante intimidante la dama.
    —Es muy famosa en la ciudad, señorita Mares. Sobre todo, con
    el último incidente.
    —Desgraciadamente he protagonizado circunstancias muy penosas…
    —Conversé con mi hijo respecto a lo preocupante e inadecuado de
    que alguien con vuestra reputación esté administrando algo tan serio
    como el lugar de apoyo.
    —Créame que…
    Vuelve con despotismo a interrumpirme: de nuevo como retrasada mental quedo con la boca abierta y las palabras no liberadas se me
    atoran en la garganta.
    105
    —Por supuesto me refiero a todos esos episodios que interpreta
    como nadie. Su alteración de la memoria… es sorprendente que no sea
    así para los números.
    Tratando de no perder mi paz interna digo un tanto tajante:
    —La mente es muy inescrutable, señora.
    —Hasta lo que se sabe por ahora —su voz es gruesa como la regla
    con la que me está midiendo—. Sólo os pido ya no enlodeis más nuestra
    imagen, que es claro ha perjudicado bastante.
    Estoy estupefacta. Son tan inesperadas sus álgidas palabras que no
    se me ocurre qué contestar, por suerte llega la joven empleada, espero
    que me salve.
    —Si tiene el favor de seguirme, señorita, mi señora la recibirá en
    su sala privada.
    —Con gusto —y me incorporo de un salto como si me pusieran
    brazas ardientes en el trasero.
    —Ahora subirá algún criado los obsequios, señorita —profiere la
    dama de agrio temperamento—. Y, por último: le pido que por el bien
    de todos ya no contagiéis más a mi nuera de vuestra… vivacidad.
    Asiento desconcertada y me voy huyendo.
    * * *
    Hubiera Laura cumplido su cometido de ocultar los golpes que
    tiene en la comisura en su ojo izquierdo y en el labio, sino fuera yo tan
    escrutadora con mi excelente vista. Su inmaculada hermosura es afectada
    por esas manchas oscuras casi perfectamente camufladas.
    —Agradezco los encantadores ropones que habéis traído, son
    una belleza —termina de doblar la ropa de bebé en sus cajas con mucha
    delicadeza y destreza—. Aunque no era necesario agradecerme nada.
    Lo hice porque era lo justo, Rebeca.
    —Jamás olvidaré tu valiosa presencia, no me conoces y, sin embargo, intercediste a mi favor. Gracias a ti estoy viva.
    —Mi madre conoce a la reina —modesta comienza a explicar—,
    el barón también, y yo sólo moví unos hilos para lograr hablar con ella.
    —Sea lo que sea que hayas hecho, simple o complejo, salvaste
    mi vida.
    —No me deis el mérito. El señor Dreko y el joven De Kiev hicieron todo. Al verlos cómo luchaban por vos me di cuenta que pronto os
    vería a salvo. Esos dos hombres demostraron que sois lo más valioso
    para ellos, sobre todo para el señor Dreko. Temí varias veces por la
    seguridad de las personas que se atrevieron a contradecirlo —ríe fascinada por el recuerdo.
    Me fabrico la mejor falsa sonrisa posible. Por el curso que ha
    tomado la relación con el cazador saber eso me confunde, por cómo se
    ven y cómo son las cosas, «valioso» es ahora lo menos que le soy a ese
    hombre. Responsabilidad para conmigo y una desagradable carga, sí,
    y bastante. Eso lo expresa a todas luces. Laura, por su buen corazón,
    confundió los sentimientos.
    Pensaba comunicarle a la baronesa sobre la dichosa boda, pero temo
    que tocará temas sentimentales al creer que el cazador tiene intereses
    románticos hacia mí y no podría soportarlo. Entonces, la invitación la
    recibirá en la tarde por las manos de Dirom para hacerlo de la manera
    menos personal posible.
    —Estoy en deuda contigo de por vida.
    —Vuestra familia y la justicia hicieron todo. Yo solamente dije la
    verdad sobre vos.
    —Espero no haberte ocasionado más problemas por mi partida.
    Lamento enormemente el desastre que dejé en Quivira Square.
    Laura baja la mirada unos segundos y levanta la cara con una
    sonrisa que se acaba de inventar. Reconozco el acto pobre al haber hecho
    lo mismo hace unos segundos.
    —No, os preocupéis por nada, ya me entregasteis los estados financieros, todo está bien. Me da gusto que estéis de regreso. Sería una
    pena perder a mi administradora.
    Pronto me iría, si perdía el trabajo no me importaba, mi deuda es
    mayor con esta noble mujer, tengo que hacer más que únicamente darme
    la vuelta y dejarla, es por eso que me atrevo a cuestionarla:
    —Esos golpes, ¿por qué son? —abre la boca y la detengo al ver
    su expresión sonriente, indulgente—. Mejor pregunto: ¿quién te los
    107
    hizo? Y no me salgas que eres torpe. No has ido a Quivira Square, te
    escondes. Tu suegra debajo de esa elegancia, no le importó ocultar
    que no soy grata ante sus ojos, es controladora, déspota. Te pegó el
    barón, ¿verdad?
    Permite por fin pasar la gran piedra de emociones que se ha
    endurecido en su garganta y relaja los hombros. Es la primera vez que
    con esa cándida expresión me demuestra la edad inocente que tiene:
    solo diecisiete años.
    —Me prohibió hacer el viaje para evitar que hablara con la reina.
    —Por el embarazo. ¡Fue por mi culpa! —el remordimiento me
    consume— ¡Te ruego me disculpes!
    Negando con una de sus manos arruga su rostro con gran carga
    de hastío:
    —No digáis tonterías, por supuesto no es responsabilidad vuestra.
    Sabéis que es de mal gusto que una mujer con tan avanzado estado,
    salga a la calle y yo lo hice.
    —¡No justifiques a ese maldito, Laura!
    —¿¡Qué!? —se pone de pie exasperada— No, en absoluto lo defiendo. ¿Creéis que me gusta que me trate así? Yo no lo merezco, Rebeca.
    Nadie. Rezo, imploro a Dios que lo cambie, pero todavía mis oraciones
    no son escuchadas. Sus celos enfermizos, su desconfianza, el desprecio
    que siente por todas las mujeres, especialmente por mí…
    —Acaso a él no le gustan…
    —No, no es eso —dándose totalmente por vencida pasa sus largos dedos por su rostro y toma asiento de nuevo. Cuando baja su mano
    parece decidida a desahogarse—. Su primera esposa lo abandonó por
    otro hombre más joven. Temiendo represalias la mujer se fue con sus
    dos hijos porque el pequeño, que es varón, no es de mi esposo. Por eso
    mejor huyó antes de la fecha del alumbramiento y de que los Mecenas
    aparecieran. No se atrevió a enfrentarse a este Adrià, mi esposo. En esa
    época Adrià aun no compraba el título de barón de Quivira, entonces le
    fue más fácil huir a Zoleig. Ahora descarga en mí toda su frustración y
    enorme herida a su amor propio, no puede superar sentirse devaluado
    por alguien que considera de menor clase.
    —¿Antes no te diste cuenta que era así?
    Lo que dice la gente, lo que yo sabía y veía de Laura, pero sobre
    todo lo que recordaba de ella, es muy diferente a esta impactante revelación. La baronesa, que es muy niña en edad, pero madura en espíritu,
    tan alegre, divertida, cariñosa, siempre con una genuina sonrisa y de
    una generosidad infinita tanto como su hermosura, hace que cueste
    trabajo ver en ella a una mujer que tiene el peor enemigo en su propia
    casa. Pese a sus detractoras, cuya envidia es del tamaño de la distancia
    kilométrica a la que Laura esta de ellas, no aminora su bondad, belleza, juventud y riqueza. No dudo en el gusto que les produciría a esas
    malditas mujeres saber que su enemiga autoimpuesta vive un infierno.
    Eso nadie lo sabe porque Ovatt ya lo habría mencionado. Me sorprende
    y me siento muy agradecida que me tenga tanta confianza. Yo jamás
    me atrevería a traicionarla y no solo porque me salvó la vida, también
    porque su bello espíritu que merece toda la lealtad.
    —No, es cierto que no era el hombre más atento o tierno en el
    corto cortejo que tuvimos, pero jamás me permitió ver ni la superficie
    de la verdad.
    —Imposible un divorcio, ¿verdad? Por el escándalo.
    —No me importa eso, pero pienso en el milagro que debe realizar
    Dios; Él lo promete: «pide y se te dará».
    —Vales mucho más que esperar un milagro, Laura, muchos hombres morirían por tenerte. Es imposible no darse cuenta de cómo los
    hombres te ven, cómo hablan de ti los que apoyan tu causa. ¡Te idolatran!
    —Rebeca, no soy una mujer de baja autoestima que cree que merece
    esto, si eso pensáis. Al contrario; sé que soy una mujer muy completa:
    —lo admite sin nada de presunción— mi heredi, tener tantos talentos,
    y los que aun adquiero, y saber que todo lo que decís es verdad me hace
    tenerme en un alto valor. Como podéis daros cuenta —me lo señala
    sin ninguna pisca de arrogancia, al contrario, parece estar apenada por
    ser la mujer perfecta—. Aun estando casada hombres respetables me
    pretenden, me admiran, es por eso que no puedo creer que mi propio
    esposo, el padre de nuestro futuro hijo, no vea lo que soy: el privilegio
    que tiene de tenerme.
    ¿Qué puedo decir? Ella lo tiene claro, sabe el tesoro que es; solo
    me queda esperar que pueda tener lo que desea.
    109
    —De todo corazón espero que llegue ese milagro, mereces un
    compañero a tu altura, Laura. —Me le quedo viendo y miro luego su
    pequeño vientre. Estoy aún más preocupada que al principio—. ¿Todo
    bien con tu embarazo?
    —Soy una mujer fuerte, sus golpes lo único que destruyen en mí
    es el orgullo y lastiman mi dignidad.
    —De verdad no sé qué más decirte, me duele mucho saber que tienes
    que vivir algo así. Me gustaría poder hacer algo por ti. Esta lucha que
    estas enfrentando es tan injusta. Tu suegra, tu madre, ¿no te defienden?
    Me lanza una mirada de tristeza… es claro: está sola.
    —Siendo hechicera e hija de una madre tan poderosa… deberían
    hacer algo.
    —La gente, por lo mismo, nos teme, a mi madre, sobre todo. No
    quiero darles motivos. Su argumento en mi contra, cuando pedí ayuda a
    los hermanos de Adrià, fue que era el resultado de la magia oscura que
    debí manejar para casarme con su hermano. Ellos que son indiferentes
    a mi matrimonio piensan así. No quiero ni imaginar lo que dirían las
    personas que quieren mi mal. Hasta la torre Aka pueden hacer que
    termine. —Se endereza y toma la taza de porcelana de la mesilla de
    al lado para disfrutar su contenido con sabor a lima—. Los milagros
    solamente deben venir del Creador de este mundo, yo estoy haciendo
    mi parte, por eso nada más me queda confiar y esperar.
    —¿Por qué?
    —Soy fiel, leal, creo en un plan eterno y todo lo que altere la
    naturaleza divina de mi Dios es incorrecto, maldito.
    —¿No has pensado que un don como el tuyo lo tienes por gracia
    divina? Deberías utilizarlo.
    —Nada de la isla, Rebeca, puede ser bueno —se retira con la
    mano un pequeño mechón rebelde de su cabello recogido—. Hemos
    jugado muchos siglos a ser dioses y estamos a punto de pagar las
    consecuencias de una manera que jamás ha sido vista. Y no somos
    víctimas, no es venganza de Dios, sino es la naturaleza, el peso de
    nuestras propias decisiones.
    Es sorprenderte lo que dice. Me deja en shock, pues algo dentro de
    mí no me permite desechar estas palabras. Laura no se escucha como
    una Porcia que habla de su Creador y religión de forma perturbada,
    consumida por sus demonios, enajenada, sino como profética, con un
    raciocinio superior y eso es lo preocupante.
    Me eriza la piel todo esto y mejor prefiero retomar el tema que
    mi limitada capacidad de pensamiento me permite:
    —Debes hacer algo, por ti, por tu hijo.
    —La única lucha que debemos vencer las mujeres es olvidar
    nuestros sufrimientos.
    * * *
    —Por favor, no os caséis con el cazador —sin tocar entra Ovatt
    a mi caja de zapatos.
    Me había librado de ella ayer, pero hoy no cuento con la misma
    suerte. Bueno, al mal paso darle prisa.
    Cierro el libro que estoy leyendo y permanezco sentada en la silla.
    —Ya es un hecho, Porcia, y como mi amiga esperaba de ti una
    actitud diferente.
    —Porque os aprecio no puedo ser indiferente, Rebeca. Sois lo
    más cercano que tengo, mi familia, y por lo mismo no puedo permitir
    que sigáis con este desvarío. Os lo ruego… ¿qué no comprendéis? Vos
    habéis sufrido de su herencia maldita. Son el demonio en la tierra. Seres
    sin sentimientos cuyo único fin es acabar con lo más sagrado que puede
    existir: el alma. ¡Estáis ofreciendo la vuestra! ¿Qué no os dais cuenta?
    Por favor, no lo hagáis. O acaso… —se sumerge en total histeria—. Es
    hijo de un cazador, no os preocupéis, se acepta de ellos la interrupción
    y más si argumentamos que sufrís una patología mental: porque dejáis
    ver que no tenéis idea de lo que hacíais.
    —¡Por Dios, Porcia! —furiosa me pongo de pie, ya hasta la madre
    de oír todo eso. Sigue afanada creyendo que estoy en cinta—. Escúchate.
    —Es por Nuestro Señor que os lo digo, Rebeca, por vuestro bien.
    ¡Vos escuchadme!