


Saga Darkyria
- Libro I - MARES
- Libro II - DREKO
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Saga Darkyria
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DARKYRIA
LIBRO II - DREKO
III
Deseosa de amar y honrar
Xinea. Domingo 6 de junio de 1543.
—¡Qué hermosa novia!
El entusiasmo de la señora Alba es la peor sátira de mi vida.
La joven de mirada oscura que observo con suma atención, por
el espejo, es en verdad hermosa, vestida de blanco. El más elaborado
bordado, con incrustaciones de pequeños diamantes, cubre gran parte
del vestido. Es de tal singularidad y belleza que hasta alguien como yo
logra convertirse en una mujer fascinante. Mi vestuario lo llevó a cabo
un diseñador que se sujetó a mis gustos, lo realizó Eyra Carkaf, una
famosa modista de Kalenos, que Laura hizo traer hasta su casa. Diseño
muy de mi época que no pareció desagradarle al chop suey, o sea a Kyo.
Lo supe cuando la señora Eyra me dio la opción del escote amplio y las
incrustaciones de diamantes en todo el vestido, derivado de la creatividad
de la asiática. Aunque no es nada indecoroso lo que llevo, no es muy
común un vestido así, en esta época. Ambas, la zorra y yo, sin darnos
cuenta, entre tantos cambios al diseño original, habíamos creado un
increíble traje de novia del siglo xxi.
En él destaca su precioso y fino encaje de guipur velado que le
aporta un toque extra de elegancia, junto con el precioso corte escogido
para el traje. El escote, de tipo corazón, es magnífico; justo en el centro
se ve un drapeado. Sus mangas son largas, también drapeadas en tul
y, mis hombros lucen desnudos. Se envuelve en un delicado encaje, con
diseños florales en su parte superior y unos originales motivos de esfera,
adornan la falda de sirena, que cae con amplitud. La parte trasera baja
en pico hasta mi cintura y me cubre el mismo tipo de tela translucida
que hay en el resto del vestido. Por último, una impresionante cola larga.
Mi peinado al igual que mi maquillaje fue tarea de la doncella
de la organizadora. Sí, ella: Kuran. Por eso sin comentarios, que ya he
aportado bastante de mi estilo barcelonés.
El estilista recogió mi cabello, como me gusta llevarlo en eventos
formales: flojo. El encanto en él son los diamantes cosidos por toda la
parte trasera del moño. Con el maquillaje la doncella aplicó también
su arte en mí y supo resaltar cada rasgo lindo que puedo tener en mi
rostro para lucirlo al máximo. Los colores de sombras de mis ojos son
una mezcla divina de matices amarillos, logrando un brillo de fantasía
en ellos. Y mis mejillas llenas de calidez rosada, gracias al dulce rubor.
Ya no existe más esa joven de enfermiza piel pálida con esas sombras ya tatuadas debajo de sus ojos. Y mis cicatrices en la espalda, junto
a la fina marca de cuatro centímetros en el contorno de la mandíbula,
gracias a este exquisito trabajo con el maquillaje, es casi invisible.
—Señora Alba, quiero de nuevo agradecerle por lograr que todo
esto fuera posible, en tan poco tiempo —la observo a través del espejo;
su enorme sonrisa y elegantemente arreglada, con su vestido salmón
y chaqueta de manga tres cuartos con encaje de flores beige—. Estoy
agradecida en gran manera —volteo y la abrazo. La mujer, con el carácter agradable que la caracteriza hace lo mismo conmigo, y me toma
entre sus brazos regordetes.
—No tiene nada que agradecer, señorita Mares, yo nada más
ayudé en lo que me correspondía. Quien puso mayor parte de su talento
fue lady Kuran.
Y saber, una vez más, en qué tipo de terreno estoy pisando me
nace una nueva ulcera. ¡De tantas ya no debo tener bolsa estomacal!
—¿Alguien me ha llamado? —la susodicha sin tocar la puerta
entra y la cierra. Ahí está la personificación de la gracia, sensualidad y
peligro, uniendo fuerzas haciéndose así imposible de combatir.
¿¡Por qué la amante de mi futuro esposo debe ser tan malditamente atractiva!?
La zorra chop suey está impresionante con su traje Hanfu, típico
en la cultura asiática. Es bellísimo, de color azul y verde, ambos tonos
claros, con ricos bordados dorados. Lleva el vestido una cauda que
arrastra por el piso. Es un traje exquisito que le favorece todavía más, al
estar ajustado al cuerpo. Y eso que, estúpidamente, pensaba que ya era
imposible ser más atractiva de lo que es. Las mangas de amplia caída;
están a solo unos centímetros de tocar el suelo. El único impresionante diseño de joyería que luce: unos aretes muy finos de largo hilo. Lo
increíble es que son discretos aun con su largo tamaño; los diamantes
cayendo como pequeñas gotas de lluvia llaman toda la atención por
su delicadeza.
—Te ves muy bella. Estará más que complacido Dreko —dice la
hija del embajador de Zoleig.
Me pesa hasta el infinito que, siendo esto toda una farsa, deseo
agradarle al cazador. Añoro ser la única mujer que sea dueña de sus
pensamientos. Con ese mismo anhelo ferviente que vivo por él, deseo
que a Dreko también lo atormente. Pero desgraciadamente sé que todo
está en nuestra contra para poder tener una relación, una vida normal.
Simplemente: no nos hacemos un bien, mutuamente. Yo realmente soñaba ser todo lo bello, bueno, que pueda tener en su existencia. Pero las
cartas que se nos repartieron en la vida no son para el mismo juego.
Park Ki Oh, viuda del conde Kuran, me inspecciona de cerca
con severidad.
—Me da gusto que las costureras amoldaran como una segunda
piel el vestido. Me encanta el trabajo tan impecable de Eyra, sin duda
la baronesa de Quivira envió lo mejor de la ciudad —da unos «aplausitos» contenta—. Ahora entiendo por qué la imagen de Laura siempre
es tan impecable. Seré yo ya una ferviente consumista de Eyra Carkaf.
Me alegra que hayas permitido los cambios que sugerí al final —sonríe
encantada. Lamentablemente reconozco que ella al ser de aquí y tener
mucha experiencia en los círculos sociales, moda, costumbres, ha hecho
mejor las cosas de lo que yo podría—. Estás impactante. Hoy impondrás una nueva tendencia para las novias. Señora Alba —se voltea al
dirigirse a la mujer—, por favor indíquele a ese tal Maestro que la novia
está preparada.
—Claro que sí, lady Kuran. Me retiro —se despide la mujer con
un tierno gesto en los labios y nos deja a solas.
Si hubiera sabido que sería exactamente la amante de Dreko la
que prepararía todo este circo, ni de coño hubiera aceptado. Es un circo,
pero es el mío y el de Dreko, de nadie más. Desgraciadamente cuando
me enteré de ello fue demasiado tarde: dos días antes, y no pude hacer
nada para evitarlo; ¡ni siquiera un puente cerca me daba tiempo para
llegar y lanzarme de él! Entonces, humillada, furiosa, dolida tuve que
conformarme con turistear, conocer las mezquitas, iglesias y pequeños
atractivos de esta localidad y de la ciudad destino: Xinea (aquí es la
propiedad más cercana de Alqeria que el embajador pudo prestar para
todo este numerito); fue lo mejor que pude hacer para mis nervios de
cristal: conocer lugares. Y funcionó, hasta que el nombre de los ojos de
alcancía, estuvo de regreso.
Más humillada y burlada es imposible sentirme.
—¿Será una unión religiosa? —se me escapa la pregunta por culpa
de mis nervios a punto de romperse en mil pedazos.
Yo jamás esperé nada de esto. Pensé que solamente nos reuniríamos en un registro civil, con nuestros amigos de testigos, firmando
estúpidos papeles y cada quien para sus casas… ¡No esto!
—En serio que no tienes idea de nada —parece divertida. Yo no
encuentro el puto chistecito—. Ya que Dreko no te informó lo haré yo: la
unión será favorecida por una bendición superior como todas las demás.
Si eso es religioso para ti, entonces sí. El ministro y el Maestro, ya llegaron. Si tienes algún problema con la creencia de los cazadores puedo
hablar con mi padre para que haga traer a un guía de tu fe. Conozco a
Dreko y sé que no tendrá ningún problema.
«Conozco a Dreko» … Bla, bla, bla, discretamente pongo los ojos
en blanco, pero suspiro, debo conservar la calma:
—No me importa, no tengo ninguna particular creencia. Sólo que
noté que no es de tu agrado el «tal Maestro».
—Yo no estoy en contra de ningún dogma —se detiene detrás mío
y se pone a acomodar mi ya perfecto peinado—. Nada personal. No te
preocupes, los Maestros cazadores son de los menos escorias que hay.
Creen en la esencia, poder, de uno mismo y en la existencia de Seres
Supremos, que somos nosotros después de pasar por el velo de la muerte.
No se van por las ramas ni por historias fantásticas de milagros, cuando
un poderoso statem puede explicar todo ese espectáculo.
—Me tranquiliza saberlo —hablo por hablar, no puedo concentrarme en hilar conversación cuando estoy a punto de casarme. ¡Dios!
La joven deja de meter mano a mi persona y se para frente a mí.
—Mi padre no debe tardar, es él quien te entregará.
El recordarme eso atrapa toda mi atención, sinceramente.
—Les agradezco que hagan esto, han sido muy generosos. Preparar
todo, poner a nuestra disposición una de sus propiedades y ahora sé que
hasta la asistencia del embajador para dar renombre al evento. ¿Por qué
lo haces?
—Me encantan las bodas —sonríe traviesa—. En especial un
evento que jamás pensé que sucediera. Ya sabes cómo es Dreko —se ríe
con un encanto erótico que sólo me hace sentir chinche. ¿Cómo le hace
para, en algo tan natural, ser tan magnífica?
—Quieres a Dreko —la acuso quemándome los labios sin poderlo
evitar.
—Por supuesto —entrecierra sus exóticos ojos como si la idea
que no fuera así fuera un disparate.
—¿No te molesta lo que está ocurriendo?
—¿Molestarme? —me observa mucho más extrañada, divertida
incluso—. Hay muchos tipos de entrega y este es el peor: el intercambio
popular. El papel es tan frío, impersonal, únicamente es un contrato
legal de transacción en la cual si hubo algo bueno entre dos personas
al hacerlo «por el qué dirán» termina con el encanto, la pasión, el amor
—su voz es amable, sensual—. Solamente es una boda, Rebeca.
¡En serio me lo está diciendo a mí!
Se me seca la garganta y se me quema lo que me queda de estómago.
Y, como si nada, vuelve a revisar cada centímetro mío. Verla distraída en acomodarme la cola del vestido me hace estar más estupefacta.
No me acaba de amenazar que siempre estará para Dreko, ya que ambos
así lo quieren, nada más me confirma una realidad.
Dicen que cada hombre debe tener a siete mujeres. Entonces al
haber menos hombres, cada mujer debe tener a un lado a una zorra jodiéndole la existencia. En Barcelona había sido Marian y, como la vida
es sádica, no fue suficiente la historia de terror contemporánea y ahora
en Darkyria alguien mucho peor… ¿Por qué no? Una Lady Kuran
para rematarme.
—¿Rebeca? —la voz de mi amiga invade la amplia estancia, de
muebles exquisitos de seda de tonos lilas y amarillos.
—¡Porcia, viniste! —la saludo agradecida. Tener ahí a la joven de
presencia delicada, me hace sentir que no estoy sola.
—Rebeca, tenemos que hablar.
Entra Ovatt y deja abierta la hoja de madera clara, indicando a la
otra mujer que tiene todo libre para irse, que aquí sobra.
La joven de leves rasgos asiáticos no parece sentirse ofendida con
la actitud de mi amiga; con una sonrisa termina de dar instrucciones
y me avisa que nada más tengo un par de minutos. Se retira con ese
movimiento de caderas tan femenino que es toda provocación para el
hombre y una condena para mí.
—Porcia, si dejé tu nombre en la lista de invitados no era para
esto —me aprieto cansada el puente de mi nariz. Cierro los ojos, respiro profundamente. De verdad que no puedo con tanta presión. Temo
en cualquier momento explotar y sé que cuando eso pasa… la caja de
Pandora es un cuento chusco comparado a mi lado luciferino.
—Sólo lo hago por vuestro bien…
Por favor… paciencia… trato de tenerla de verdad. Abro los ojos
y con resentimiento por mi vida susurro:
—Esa zorra que ha salido me acaba de aclarar que sigue teniendo
una convivencia de suma generosidad, con el hombre que me voy a casar,
y no piensa terminarla. Que una boda es sólo eso y que el firmar un
papel me quitará todo atractivo para él, si es que puedo aspirar a tener
algo. Y ahora vienes tú…
—Tal para cual —señala desesperada—. Dejad que sigan revolcándose en su escoria, Rebeca.
Verla tan angustiada por mí hace que algo se rompa dentro, pero
no hay dolor ni enojo: me conmueve. Sé que le importo, por eso decido
decirle la verdad para su tranquilidad. Estoy segura que ella jamás
me traicionaría.
—Esta unión, preciosa, es sólo para calmar a los reyes. Les inquieta
que pueda seguir siendo un peligro y, como ni Séneca ni Dreko vieron
conveniente que aceptara la invitación del príncipe para ser parte del
sequito de las damas de compañía de su esposa…
—Por eso… os tenéis… que casar —reafirma lentamente.
—Para apaciguar las aguas y cuando todo por fin esté en calma
pienso irme, no regresaré. La boda es exclusivamente para eso. Nada
más es cuestión de que no esté ya en la mira de nadie y poderme ir. Es
lo único que quiero.
—Pero… ¿Él?
—No hay que saber detalles —me acerco a ella para tomar sus
manos y las aprieto con cariño—. Por tu bien. Sabes que eres mi hermana
Porcia, y jamás quiero que te pase algo y mucho menos por mi causa.
Su mirada verde se llena de tristeza, mucho más del dolor que
lleva consigo siempre:
—Estás preciosa.
Alguien toca a la puerta.
Porcia sigue mirándome fijamente a los ojos, como rogando ver
mi interior y saber la verdad.
—Pase —digo en voz alta cuando desvío la mirada de ella.
Quien entra es la persona de quien no había sabido casi nada, en
una semana y mucho menos, lo había visto.
—¿Nos permitiría? —la voz gruesa, masculina de Dreko inunda
todo el espacio, realidad, tiempo, mi ser… como siempre.
Porcia se acerca a mi meditabunda cabeza, para besarme una
mejilla y dice apenas moviendo los labios:
—No posterguéis mucho tiempo vuestra ida. Que no sea demasiado tarde.
Le aseguro moviendo la cabeza y la abrazo.
Se va la joven pelirroja ignorando la presencia del cazador. No
cierra y a los que quedamos nos interesa muy poco la puerta.
—¿Aquí no es mala suerte ver a la novia antes de la boda? —pregunto con ironía y molestia. Intento así, inútilmente, distraer el deseo
que me está quemando por cómo se ve increíblemente hermoso, con
su vestimenta completamente blanca, parece un ángel de la oscuridad.
Es la primera vez que lo veo con el cabello sujetado en una coleta baja.
¡Mierda, qué guapísimo!
Por la maldita culpa de su apabullante físico, y su porte, es más
atrayente, más intenso todo lo que me hace sentir por dentro. Ya siempre
con este hombre el «más» tiene un sinfín de realidades y eso me tiene
aterrada e indefensa: nunca sé qué nuevo sentimiento avivará en mí.
—Vine a traeros el regalo nupcial —se para a un paso mío y me
entrega un estuche cuadrado de terciopelo azul marino.
Cuando tomo el obsequio me percato de que Dreko lleva de nuevo
cintas que cubren las palmas de sus manos, pero esta vez son blancas.
Cómo detesto esas mierdas. Cierro los ojos tres segundos para controlarme. Los vuelvo abrir y me concentro en los intensos ojos grises
del novio.
—No debiste hacerlo, no tenía ni idea que era una costumbre.
Dreko, todo esto es mucho. Pensé que sería un trámite, algo simple.
—Con vos jamás son las cosas así —está sumamente
serio. ¿Molesto?
Lo sé, soy el peor problema de cualquiera, pero sobre todo para él.
Lo cierto es que, por las circunstancias, no creía que fuera adecuado comprarle un obsequio como hubiera querido, porque de hacerlo
(soy toda una experta el regalar) se convertiría en algo muy personal
y para bien de ambos debíamos seguir evitándonos. Pasé días reflexionando, darle o no, por lo menos algún mínimo regalo como detalle; tuve
tiempo y dinero de sobra; no hice otra cosa en esta última semana que
estar de compras en todas partes (gracias a la muy generosa cuenta que
me abrió Dreko) y así tener todo lo necesario para hacer que, en esta
unión, no sea la única que la pase infernal al anunciarme mi amigo que
el cazador y yo viviríamos juntos, porque es la única manera que no
haya «dudas» de esta unión. ¡Ah, porque eso sí, el espectáculo va con
todo! Me negué claro, pero a nadie le importa lo que quiera o lo que
sienta: todo lo hacen «por mi bien». Séneca y Dirom, me lo decían una
y otra vez. Siendo imposible que alguien me escuchara al final ganó mi
lado cerebral y el veredicto fue «calla y haz», sólo debía hacer lo que
me pedían y por eso, aquí estoy.
Levanto la tapa y descubro un impresionante collar de pequeños
diamantes, en lluvia, de una caída en triángulo invertido.
Me siento mareada, la voz apenas me sale:
—Es bellísimo, Dreko, es una obra de arte.
—Me alegra que os guste.
Camina detrás de mí y me quita la joya de diminutas tres piedras
transparentes de una fina línea, que me había puesto.
Toma el estuche de mis manos y lo deja en la mesita más cercana
y saca mi obsequio. Cuando siento el material frío y muy pesado en mi
pecho se me detiene la respiración.
La joya abarcaba todo mi pecho, hasta la punta del triángulo que
rosa la unión de mis senos.
—Dreko, es lo más hermoso que he visto —me gira de los brazos
delicadamente para vérmelo en el espejo—. De verdad muchas gracias.
—Jamás se podría comparar con vos. Enaltecéis su encanto —me
halaga con pasión y yo solo puedo envolverme en su voz—. Estáis muy
bella, Rebeca. Vos sois para mí lo más hermoso que puedo ver.
La existencia de esa zorra deliciosa aparece de repente por mi
pensamiento y un golpe fuerte descontrola mi corazón.
—Gracias, tú también te vez bien —reconozco muy superficialmente, convirtiéndome en el símbolo de la indiferencia.
—Falta lo más importante —toma mi mano izquierda y siento
cómo desliza un material frío en mi dedo anular—. Si prefieres podemos
cambiarlo después.
Inmediatamente comprendo de que trata ese cuerpo pesado
que sostengo.
Al retirar el cazador sus manos de la mía puedo conocer el anillo.
Es una joya pura, de varios quilates, no tengo idea de cuántos, pero
estoy segura que llevo una fortuna en mi dedo. La exquisita piedra es
sostenida por un aro que en todo su contorno está cubierto de una fila
de cristales diminutos.
—Dreko —trago saliva y levanto el rostro para ver sus ojos—.
Es mucho, no era necesario…
El ángel de la oscuridad convierte sus ojos en mercurio, por eso he
de callarme, lo conozco tan bien que sé que le desagrada mi comentario.
Él solo quiere que disfrute de todo lo que me quiere dar sin protestar,
y como no tengo la fuerza necesaria para nuestra dosis de rivalidad
correspondiente a toda una semana sin discutir, me queda finalizar de
todo corazón:
—Aprecio mucho todo lo que haces.
—Bueno, es hora de ir a cumplir con un trámite más y así esperar
que «se apacigüen vuestras aguas».
Deja claro con displicencia que escuchó mi conversación con
Ovatt. Pero no caeré en su provocación, sin duda he de guardarla para
otro momento.
—¿Crees aún que todo esto sea necesario? ¿Crees lo que dice
Séneca, que la reina me tiene en la mira?
—De Kiev vive en ideas delirantes, es joven y fácil de impresionar
con cualquier cosa. Esa mujer no investiga y mucho menos intimida. Su
placer es ejecutar. Pero de todos modos sí creo que debemos hacer todo
el espectáculo completo: no queda otro remedio.
* * *
La pequeña capilla, que se ubica a varios metros detrás de la
imponente mansión del embajador, está llena de flores de todos estilos,
unas no conocidas para mí. La rosa es la más presente, situación que
me fascina por ser mi flor favorita. El camino para llegar aquí está
decorado por pétalos blancos que nos guían a mi angustioso y anónimo destino. La senda a seguir se encuentra custodiada por antorchas
del mismo color de los pétalos, estos entrelazados por gran cantidad
de listones.
Todo está en blanco y vidrio: paredes, piso de mármol y los grandes candelabros de cristal cortado colgados en el centro del edificio. No
hay ninguna imagen o estatua. Sólo los numerosos decorados florales
de diversos tamaños, por todas partes. Como iluminación, únicamente
tenemos la luz que se filtra por los vitrales de colores. Es lo único que
alcanzo a ver al asomarme un poco, siendo esta la primera vez que
contemplo lo creado por Kuran.
De ensueño: ¡fantástico!
Dudo que pueda superarse; reconozco el talento y el exquisito
gusto que tiene la creadora de algo tan sublime. El día lo perfecciona
todo: hace un excelente equipo el cielo totalmente azul, lleno de vida y
un sol maravilloso dando vitalidad… y valor. Mucho valor.
Hace bastante calor; mis manos transpiran a cantaros, por la
situación climática o dramática. No lo sé.
Los invitados están sentados en los bancos de mármol esperando
mi entrada.
—Estoy muy agradecida, Excelencia —le digo en voz baja al dueño de este increíble lugar, una vez estoy en las puertas altas de madera
blanca del recinto—, por permitir que la ceremonia se hiciera en su
hogar. Mucha generosidad de su parte.
—Jamás le puedo decir no a Park Ki Oh. Además, es usted un
encanto y estimo al señor Dreko: para mí ha sido un placer —asevera
con gentileza.
—Gracias.
«Papi» consintiendo el nuevo capricho de la nena: la boda del que
la deja saciada en la cama. Soy nada más yo o… ¿este nuevo jueguito de
la tipa es bastante enfermo?
De sólo pensarlo me daña, no puedo evitar imaginarlos de esa
manera tan... cínica. Por eso, con una sonrisa fingida, acepto educada y
agradecida el brazo caballeroso que me ofrece el hombre.
El embajador es una persona de estatura baja, para ser hombre,
apenas de mi altura, (considerando mis zapatos de tacón bajo), corpulento y con cabello corto peinado de lado. Sus rasgos son totalmente
orientales y carácter encantador; viene vestido al estilo europeo, de su
época claro, con su traje negro y blanco, con collar que sostiene su capa
blanca. Todo bordado y joyería de plata.
La música de cuerdas comienza a invadir la iglesia (su hija varias
veces me dijo que sería la señal de entrada) y respirando profundamente,
sonrío con nerviosismo al hombre que me pregunta si estoy lista.
El embajador me coloca el velo, que es tan largo que me llega a la
cintura. La prenda en su contorno lleva el mismo encaje que el vestido,
siendo toda una preciosidad.
Me hubiera encantado que fuera Séneca quien presidiera este acto
tan simbólico, pero como él me dijo: es mejor así. El que me estuviera
escoltando un hombre como Park Min Seok, contribuye para tener la
aceptación de todos, para esta unión. El hombre de semblante serio es
muy amable, de hecho, me cae bastante bien; lástima de la puta que
tiene por hija.
Un empleado, a una seña del embajador de Zoleig, toca la puerta y
esta es abierta dejándonos a mi acompañante y a mí con toda la atención
de los presentes, que esperan de pie.
La pequeña capilla se encuentra completamente llena de gente,
invitados que en absoluto conozco, por supuesto. Por eso no pongo
atención al ciento de personas, sino miro al frente, donde espera un
hombre que parece el ángel de la muerte, bello, peligrosamente misterioso. El ángel viene a recoger a su siguiente víctima y, confieso que el
saber que soy yo, me causa una dicha tan grande y me demuestra una
realidad que desconocía hasta ahora: quiero estar aquí, hacer esto, por
más falso que sea.
Seguimos caminando al compás de la orquesta de cuerdas, que está
al fondo, compuesta por doce músicos. Ante tanto apabullamiento, todas
las emociones son alteradas en este crucial instante. Aunque sea esto
fingido no puedo evitar el solaz de ver a mi hijo parado a lado izquierdo
de Dreko, que esté ahí, en su lugar. Mi chiquillo es el otro protagonista
de esta historia; lo es también de mi vida, desde que tuve la fortuna de
vivir el mejor capicúa y voltear y encontrarme con él.
Mikel, vestido de blanco como el novio: es una monada, un querubín. Se encuentra quieto, muy concentrado en sostener un pequeño cofre
blanco y al coincidir nuestras miradas me regala una gigante sonrisa
llena de vida. Se ve divino mi chiquillo, sin duda será el hombre más
guapo del mundo. El traje es idéntico al de Dreko, pero en miniatura
y su peinado, de cabello algo largo, lo tiene perfectamente moldeado
hacia atrás.
Mi hijo deja en el piso lo que tiene en las manos y acercándose a
mí saca de su ropa una pequeña caja de terciopelo blanco. Emocionado
voltea a ver al cazador, este le asiente. Mikel abre la cajita y puedo ver un
exquisito anillo de oro blanco, con una hilera de finos zafiros. Reconozco
rápidamente las piedras azules y sonrío con curiosidad. El maltrecho
anillo hecho por el pequeño, aparece en una preciosa joya; sin duda fue
posible por la colaboración del cazador.
—Por siempre, mama —me jura mi hijo al tomar mi mano derecha y deslizar la joya en mi anular; y muy en su papel de caballero
besa mi mano.
Me conmueve tanto su amor que las lágrimas quieren brotar.
Respiro profundamente el inmenso amor que siento por Mikel me
hace sonreír emocionada. Le digo:
—Por siempre, mi niño. —Sin soltar al embajador, me inclino
para acariciar las rosadas mejillas del pequeño.
—¿¡Lo hice bien, mama!? —susurra eufórico Mikel.
—De maravilla.
Orgullosa lo veo regresar a su lugar y volver a custodiar el cofre blanco.
Subo los tres escalones que me separan de los hombres de mi vida.
Dreko ofrece su mano y me entrega una vibrante sonrisa torcida.
Me derrite.
¿Por qué es tan magnífico?
¡Es cierto!... Parece que de verdad quiere casarse conmigo.
Le regreso la sonrisa para dar inicio a la mejor actuación de
mi vida: hacer que mi felicidad parezca que es tan real, como falso
este matrimonio.
El embajador me entrega y estrecha, por último, el brazo del
cazador y mi mano.
Oh, ese saludo…
Los días pasados que seguí leyendo la historia, tradiciones, heredi
y mucho más de Darkyria y Zoleig, supe que los cazadores jamás toman
la mano de alguien que no fuera uno de ellos. Cuando un cazador saluda
a una persona, para evitar tal «maldición» debe ser tomándose de los
brazos, así lo indica el decoro, como una señal que no se quiere hacer
daño a esa persona que ofrece su confianza.
Le susurro de nuevo un «Gracias» y se va a su lugar, en la primera
fila, a un lado de su despampanante hija y al costado de ella se encuentra
mi mejor amigo. Está demasiado tranquilo Séneca, hasta parece que le
agrada la idea. Me da gusto por él. Algo bueno debe resultar de todo esto.
Mi futuro esposo me retira el velo y una sonrisa tierna nace en
sus incitadores labios. ¡Dios!
Prefiero un millón de veces, para mi salud mental, al hombre que
me grita, el déspota, patán, que este ser magnífico que se me presenta,
pues al modo tóxico somos iguales; sé defenderme, soy una excelente
contrincante; y dada la situación que enfrento soy una marioneta que
solamente espera el mínimo movimiento de sus manos para sentirme
como arcilla y gozar la felicidad más efímera, fugaz y mortal.
Me hago a un lado para guiñarle el ojo a mi hijo en plan cómplice.
Él hace lo mismo.
Hace varios días le expliqué a Mikel lo que iba a pasar este domingo. Siendo tan pequeño y jamás haber tenido un núcleo familiar, parece
que no tiene idea de lo que implica, desde hoy, mi matrimonio; bueno,
para ser justa: ni yo lo sé. Eso me tiene sumamente nerviosa. ¿Qué tan
verídica será la unión… y cuánto no? Por suerte, a mi hijo sólo le inquietaba una duda y creo que esa era la única pregunta para la que sí tengo
clarísima la respuesta. Nada más quería saber si el casarme con alguien
hacía que yo lo dejara de querer. Entonces, lo tranquilicé diciéndole la
única verdad que puede existir: que lo amo y que eso nunca cambiaría.
¿Qué esperar de lo que está por ocurrir?
Volteo de nuevo a ver a Dreko para conseguir la respuesta.
Guapísimo. Me descontrola al sentirme tan viva nada más con mirarlo;
en medio del más brutal huracán de emociones me doy cuenta de la feroz
conclusión: nada bueno puede salir de esto.
* * *
—Por favor repetid después de mí —me pide el oficiante de túnica
blanca de comisuras doradas.
Luego de casi media hora de ceremonia y típico sermón en estos
eventos civiles (Mención de obligaciones, derechos en la cual no existen
muchas ventajas para la mujer), el hombre calvo con cintas blancas en
las manos, como las de Dreko, se dirige a la novia.
—«Yo —en voz baja el hombre me indica que debo decir—
Rebeca, de la casa Mares, heredi Ignavus —ya sé bien lo que significa
heredi, es la forma de llamar a la herencia o descendencia de la cual
se viene, que aquí, como en todos los tiempos, esto en las altas sociedades importa muchísimo, lo es todo: de ahí obtienes tu valor
como individuo—, reconozco y me entrego a Kalec, de la casa Dreko,
heredi Cazadora».
Disculpa… ¿Perdón?
¿Kalec?
¡Qué!
Pero… ¡¿Qué?!
¡Pero qué mierda!
Me giro hacia el cazador que se ubica a mi derecha a una nada de
distancia y le paso gesticulando con los labios mi inmensa indignación
sin piedad ni reserva: «¿¡es en serio!?».
¡Por favor!... Me grita mi subconsciente con ironía y tan molesto
como yo.
¡Peor no puede estar esto! Juro unir mi vida con alguien que no
tengo ni idea de nada, ni de su nombre. Yo daba por hecho que se llamaba Dreko. Ese es su apellido y me estoy apenas enterando. ¡Por eso
las iniciales de ese pañuelo! D.K. Pensé esa vez en el carruaje que me
prestó la tela para limpiarme del rudoux que era por De Kiev.
¡Qué locura! Pero… ¿Acaso todo lo que he vivido con ese cazador
no ha sido así?... Aun de esta manera, sigo sin poder creer que no supiera
algo tan esencial. Con este hombre es imposible dar por sentadas las
cosas, siempre habrá de rodearle el misterio. Pushit…
El cazador inmutado por mi expresión me analiza.
—Yo —ahora hablo viendo directamente ese mercurio líquido.
Respiro profundo—, Rebeca de la casa Mares, heredi Ignavus, reconozco
y me entrego a Kalec de la casa Dreko, heredi Cazadora.
Decir su nombre me es tan ajeno, mis pensamientos se iban a
sumergir en un complot de confusiones en mi contra, cuando me olvido
de todo al escuchar el disparate siguiente:
—«Obligada a obedecer y servir» —sigue diciendo el Maestro.
«Obligada a obedecer y servir» No sé si es así en este mundo, o
sólo en bodas con cazadores, no se van con rodeos o engaños al esclavizar a una mujer: sometiéndola también ante su Creador.
Me quedo callada, absorta; mucha información para digerir, primero su nombre y luego aceptar tener un dueño.
Abro la boca y después la cierro.
—Señorita Mares, repetid…
Mi lado oscuro español eleva mi ceja por la ironía.
—Deseosa de amar y honrar —digo, y a quien le pareció le pareció.
Porque ni, aunque sea esto broma o boda de niños en una feria diría algo
tan denigrante. Además, ante todo este circo es una unión por amor.
Y parece que funciona porque se oye en la audiencia varios suspiros de
emoción y aprobación. El que dirige la ceremonia malencarado y ofendido voltea a ver a… Kalec y este me sonríe con desaprobación. Para
su desgracia le es divertido mi atrevimiento.
El Maestro al no escuchar protesta del novio abre la boca para
censurarme, pero el cazador levanta la mano para detenerlo y prosigue
con su profunda voz varonil:
—Yo, Kalec de la casa Dreko, heredi Cazadora, reconozco y recibo
de la casa Mares a Rebeca… deseoso de amarla y honrarla.
El hombre, impaciente, nos observa y parece eso entretener aún
más a Kalec.
Me da risa. El sonido emerge desde lo más profundo de mí, es
como un oasis a mi alma.
—Decratores —«Testigos» en su idioma antiguo, exige el anciano
después de varios segundos de pulverizar con sus ojos oscuros a los
novios—. Entregad.
Séneca y la «ojos de alcancía» se ponen de pie… ¡No puede ser!
¿Es en serio?
Adiós risa. Ya mi corazón no puede con tantas sorpresas. Entonces
sin ponerle atención a la descarada joven (que supuestamente escogí
como mi testigo), tomo dentro del cofre abierto lo que me ofrece Mikel
al acercase a nosotros: un anillo.
Acaricio, fingiendo alegría, por mi niño, con su rostro cubierto de
pecas… le agradezco por su importante labor, en la que se está portando
de maravilla. Agarro la argolla y me doy cuenta que están unidos entre
sí tres aros dorados.
Se acerca un joven (que por sus tiras de cuero blanca en las manos
sé que es también un cazador), lleva con él una copa y el hombre calvo
toma nuestros anillos y los mete en ella. Cierra los ojos y pone sus manos
sobre la copa pulida de reluciente oro.
Pasan unos segundos y con una señal le indica a Dreko que saque
la argolla.
Introduce su mano que sale mojada y con la otra toma mi mano.
—Eternidad —me coloca en la punta de mi dedo anular izquierdo
un aro de oro—. Alma —hace lo mismo con el segundo aro—. Cuerpo
—coloca el último y me los acomoda, ahora ya como un sólo anillo junto
al de compromiso—. Os acepto, Rebeca.