• DARKYRIA

    LIBRO II - DREKO

    PREFACIO

    1 de mayo

    El sonido poderoso del taiko retumba en el aire, como el latido fuerte y constante de un corazón vigoroso. Cada golpe del tambor reverbera en el lugar, creando una sensación de fuerza y energía, logrando entre los oyentes una conexión profunda que llena el espacio con una presencia imponente y majestuosa.
    Todos, con suma reverencia, se colocaron la larga capucha de su
    gruesa capa y guardando sus manos entre las amplias mangas de la
    prenda, cada uno sale de su ala privada.
    El antiguo instrumento continuó marcando el caminar impecable
    de estos grandes seres hasta llegar cada grupo al punto que los recibirá. Las tres filas se detienen enfrente de su puerta cerrada y, en una coordinación perfecta del sonido con la marcha, esperaron treinta y tres
    segundos para que las inmensas puertas se abran, permitiendo el ingreso.
    Los veintidós presentes se dirigen a su lugar, al bajar las escaleras y se paran delante de sus amplias sillas de oro sólido, tapizadas de terciopelo blanco inmaculado.
    Se escuchó el eco de las puertas pesadas al cerrarse y da comienzo
    el ceremonial. Tomaron estos seres su daga dorada y, como lo dicta el sacramento,
    cortan su palma izquierda al pronunciar su juramento en lengua sagrada. Frente a cada uno aparecen, del piso de mármol claro, las pequeñas plataformas flotantes; en éstas depositan las gotas de su sangre. Los
    objetos regresan al suelo con una tenue luminosidad.
    Por más de mil años la más anciana del oráculo es quien dirige la
    solemne reunión; manifestando su liderazgo golpea siete veces el piso,
    con su bastón y así da inicio.
    El oráculo, los guardias y mecenas, en este orden, cada grupo
    pronuncia en unísono su ordenanza; al finalizar los tres repiten, ahora
    juntos, su juramento de sangre, retumbando las paredes del reciento y
    glorificando toda existencia.
    Los veintidós toman asiento.
    Nuevamente siete veces la mujer hace sonar su bastón en el suelo.
    —Hemos disertado los Mecenas, para solicitar su apoyo y se logre la próxima cosecha —habla con firmeza uno de los once hombres de capa negra—. Estamos a muy pocas semanas de llegar a la fecha y
    si no concretamos, continuaremos perdiendo lugar e influencia en los
    continentes y aquí, en Darkyria. Debemos fortalecer nuestro reino con
    adquisiciones nuevas.
    —Zoleig ya anunció que esta cosecha superará por mucho la pasada. En tal evento, todos sabemos que obtuvieron grandes prodigios,
    convirtiéndose en dignos seres para ser parte de nosotros —continúa
    otro, pero este es un hombre de prenda azul oscuro, indicando por el
    color de su traje, que es un Guardia.
    A través de las capuchas gruesas y largas se puede ver perfectamente el exterior, sin embargo, para quien está cubierto con esta tela es imposible que los demás visualicen su rostro. No obstante, por el
    peculiar cambio de atmósfera, las tres mujeres que componen el Oráculo
    saben que los dos grupos esperan ansiosos su opinión, aun cuando sus
    rostros no se pueden escudriñar.
    A diferencia de los Guardianes y Mecenas, que no cuentan con
    algún líder, en el caso de las Oráculo así llamada por todos, con gran
    respeto: Gran Madre.
    La mujer de mayor edad, que todo el pueblo de Darkyria considera divinamente más sabia, volteó a ver a su derecha. Su hermana negó
    mientras que la otra mujer a la izquierda asiente.
    La Gran Madre cree que el resto de sus hermanos tenían razón;
    además, su voz interna se lo indica también: al pueblo se le apacigua
    con pan y circo. Aun sabiendo que lo mejor era continuar trayendo
    espectáculo, hechizar con falsas promesas a la gente, que crean que
    grandes personajes recién traídos desde lejanas tierras serán los que
    les entregarán la tierra prometida, por sus impresionantes statem, aún
    con esta convicción, decide escuchar a quien pronto tomará su lugar: la
    fémina sentada a su diestra.
    —Queridos hermanos, nosotras, el Oráculo, no nos interpondremos a vuestros deseos, sin embargo… —de inmediato las propuestas
    masculinas vibraron al interior del templo—si el rey desea saber nuestra
    opinión tendremos que confesar lo propósitos de nuestros dioses: requieren tributo, no están nada satisfechos con nuestra labor. Si continuamos
    por este camino perderemos toda su gracia.
    —¡Qué mejor tributo que ofrecer poder y gloria! —exclama exaltado un Mecenas.
    Todos los de su grupo eufóricos le dan la razón a su hermano.
    —Estamos perdiendo poderío, statem, oro y thaledium —aun
    siendo Darkyria la única en el mundo que tenía control total de este
    codiciado material, sus reservas del thaledium, de tantos siglos, estaban
    disminuyendo dramáticamente—. Lo que queremos es justo satisfacer a
    nuestros Padres, darles honor y saciarlos, cautivarlos y ser sólo nosotros
    sus hijos predilectos.
    La Gran Madre iba a responderle al integrante de La Fuente, no
    obstante, una voz profunda y potente obtuvo la atención de todos:
    —Ya es momento de decidir a qué Ishtaruk queremos venerar —
    pronuncia en lengua sagrada el nombre de los dioses, vocabulario que
    únicamente en ceremoniales es utilizado—. A quienes nos controlan
    y bendicen a tientas cuando les ofrecemos todo lo que quieren; o a los
    que nos crearon, aunque poco les importamos, pero podemos obtener
    más de ellos. O ya tomar las riendas de nuestra vida y ser nosotros las
    deidades de este mundo tan caído, que con espejos se deslumbra… ¡y
    qué mejor brillo que el nuestro!
    Todos, incluso los del clan de este hombre, los Guardianes, se
    encuentran impactados por tal blasfemia y protestan con vehemencia
    al mismo tiempo.
    —¡Hermanos, dejad la hipocresía! —parándose de su asiento
    levanta la voz el causante de tal alboroto—. Sólo quiero que ya seamos
    honestos, dejar de ser tan cobardes o cínicos. Decídase lo que se decida,
    que sea con total valor, con toda intensión clara. Si sus anhelos son
    que este mundo continue por otros mil años con este mismo régimen
    esclavista… ¡que así sea! —el hombre alto rompe la circunferencia
    creada por todos los integrantes y se para en el centro del templo—.
    Entonces antes que ofrecer honor y gloria entreguémosle lo que tanto necesitan y exigen de nosotros: Dolor y sangre. Por el poder…
    ¡Por Darkyria!
    Todo varón, Mecenas y Guardianes, explotando más en indignación se ponen de pie.
    Las mujeres del Oráculo ecuánimes contemplan toda la escena
    revolucionaria.
    —Llevamos décadas de paz, ¿por qué queréis finiquitar con esto?
    —Un Mecenas pide explicaciones.
    —Vosotros queréis satisfacer a los seres que servimos con
    vuestras ridículas formas, que por vuestra maldita ambición se están
    alejando de La Verdad —continúa el hombre—. Una guerra opacaría
    vuestras riquezas y el obtener más statem, por eso no quieren ir por
    ese camino, no obstante, es lo que pretenden nuestros iniciados. Por
    eso… —levanta las manos con descaro—sigamos sirviéndoles a Ellos
    o, las dos opciones que les puse en la mesa… ¡Pero ya es momento de
    decidir! La pasividad ni los dioses, ni la vida y, mucho menos el tiempo,
    perdonan. No podemos continuar con esta tibieza, es ésta la que nos
    llevará a la destrucción.
    Y en lengua sagrada proclama sus últimas palabras: —¡Yekûn ist
    valag! —. «¡Lealtad por ley!».

    * * *
    La doncella de la Gran Madre tocó un par de veces la puerta de
    la quien es la más amada hermana de la anciana.
    Astart, una bellísima joven de muy largo pelo dorado claro y de
    exquisitas facciones, emerge de sus meditaciones nocturnas y ordena a
    su acompañante que abra mientras ella se pone de pie para ver en dirección de su puerta. Al ser únicamente las tres mujeres del Oráculo y
    sus doncellas quienes pueden estar en esa área de los aposentos, no les
    es necesario cubrir su rostro con la capa, por eso, con su casta ropa de
    dormir decidió no cubrirlo ante la inesperada visita.
    —Hermana, lamento la hora —se disculpó la mujer anciana al
    ingresar a la muy amplia y lujosa estancia— requerimos vuestra ayuda,
    sois la única que puede encargarse.
    —Claro que sí, Gran Madre —responde Astart con sublime elegancia que eterniza su esencia, sutilmente, a todo oyente.
    La señora le pidió que se vista y la siga, saldrán del templo. La
    joven obedeció y con ayuda de su doncella se viste y coloca su capa y
    capucha sobre su cabeza; también lo hace la anciana al salir. Una detrás
    de la otra cruzó el imponente edificio y los jardines que conectan los
    tres templos: el del Oráculo, Guardianes y Mecenas (éste únicamente es
    utilizado por ellos en fechas ceremoniales). En el centro de estas edificaciones se encuentra el majestuoso edificio ceremonial, que triplica el
    tamaño de los otros: El templo Mayor.
    Aunque no es castigado, pero sí considerado inadecuado que los
    miembros salgan de su recinto en la noche, a la joven no le inquieta, ya
    pocas cosas pueden sacarla de su perfecto equilibrio.
    —Nuestros hermanos tuvieron que habilitar, en muy poco tiempo,
    este cuarto de servicio, espero les sea cómodo —explicó la anciana—.
    A partir de ahora, vuestra doncella no podrá serviros por seguridad de
    todos, sé que lo entendéis.
    Astart sin comprender se acercó a la puerta que le señaló la Gran
    Madre. La anciana de inmediato se retiró con sus ayudantes y, con temple
    frío, la bella mujer de ojos grises, la vio partir.
    Perdiendo de vista a las doncellas y a la miembro que la llevó hasta
    allí, abre la puerta; de inmediato comprendió lo que ocurría.
    Un hombre acostado en una de las pequeñas camas se encontraba
    empapado en sudor, no paraba de temblar; la escena le causó poco interés a la recién llegada, pues tenía su atención en el entorno, localizado
    todas las cosas que sus hermanos pudieron proporcionarle para su labor.
    La miembro del Oráculo dio inicio a la razón de estar ahí: cuidar
    del enfermo.
    Se acercó al enfermo, otro integrante de La Fuente; lo destapó
    por completo para examinarlo y comprender qué le aqueja.
    El hombre de unos veintisiete años viste únicamente pantalón y
    camisa de seda oscura.
    La dama le tocó debajo de la mandíbula para confirmar dos
    cosas: la alta temperatura del enfermo y la inflamación de los ganglios. No se sorprende; alcanza a ver que tiene llagas en la parta
    baja del cuello.
    Con destreza, rápidamente crea un medicamento; para ello utilizó su gran herencia, su conocimiento de las bondades de la herbolaría.
    Al finalizar se acercó al convaleciente y le extendió la cuchara con el
    espeso contenido.
    —Hermano, comed esto, os permitirá dormir.
    Este parece no escuchar pues no da señales de comprender la nueva
    presencia. Astart incómoda de tener que acercarse a un hermano que
    no tiene el rostro cubierto, se sentó a la orilla de la cama y, al no tener
    respuesta, introdujo el utensilio de madera en su boca.
    El hombre al instante tiene bruscas arcadas seguidas del vómito.
    Gran parte de la asquerosidad cae en las prendas de la joven, que
    se levanta de inmediato tratando de librarse del líquido, no obstante,
    su ropa ya ha sido afectada.
    —Lo siento… lo siento —regresando a la realidad el hombre muy
    débil es por fin consciente de lo ocurrido.
    La mujer deja caer su capa en el piso para tapar la suciedad y va
    por un lienzo que humedece en agua.
    —No os preocupes —limpia la cara del hombre—. Por lo menos
    ya vais a descansar.
    El hombre de cabello oscuro quedó inmóvil, provocando la creencia
    en su cuidadora de que ha entrado en alguna parálisis.
    —¿Perdió nuevamente la conciencia? —La joven cuestiona
    confundida.
    —Dios… —suspira débilmente el Guardia—. Sois sumamente preciosa.
    Astart quedó completamente desconcertada por tal declaración.
    —Soy Atrius, ¿cómo os llamáis? —continúa el hombre.
    Esta pregunta la llevó al más profundo abismo de la sorpresa:
    nadie le había preguntado algo tan ordinario como personal.
    —Astart —la joven le revela su nombre, en un eco de lo irrevocable, sin saber, que, en una sombra eterna, acababa de sellar
    su existencia.

    * * *
    Era la primera vez que ninguno de los dos realizaría sus oraciones
    al alba.
    Astart no durmió por intentar controlar las altas temperaturas del
    enfermo, no obstante, tanta dedicación dio por fin los primeros, aunque
    muy pequeños frutos, al inicio de la calidez de la aurora.
    La joven viendo los rayos tenues que se filtraban alrededor de la puerta
    supo que era momento de darle nuevamente el medicamento al paciente.
    —¿Qué castigo estáis pagando para compartir conmigo tanta miseria?
    La miembro del Oráculo escuchó a su espalda la voz profunda y clara,
    del enfermo.
    —Se os escucha mucho mejor —ignoró su pregunta y le entregó el
    menjurje como la noche anterior, con la diferencia de que esta vez sí toma
    la cuchara e ingiere sin ninguna aparatosa reacción—. Teneis que tomar
    un baño y permanecer un rato bajo el agua. Esto ayudará a vuestras llagas
    y a la fiebre que, aunque ha disminuido, sigue elevada.
    —¿Sabéis que contraje?
    —Todo indica que tenéis los primeros síntomas de la nekrosangis,
    también conocida como la peste roja.
    —Y más como la plaga del miserable.
    —Por lo mismo me es incompresible cómo pudísteis adquirirla.
    —Es mortal. Por seguridad de mis hermanos me exiliaron —habló
    sumergido en sus pensamientos.
    —Con mis cuidados no moriréis.
    —¿Por qué una miembro de la más alta casta es expuesta a tan
    grave riesgo?
    —Por mi heredi puedo ser prácticamente… —la hermosa joven busca
    la palabra más indicada —inmune.
    * * *
    Después de permanecer casi veinte minutos en el agua fría, la joven
    le indicó que la fiebre, por el momento, había cedido un poco; Atrius
    podía salir ya de la tina de cobre.
    Astart se acercó hasta él para hacer entrega de toallas; éste, al
    ponerse de pie, por su debilidad, se marea perdiendo el equilibro; la
    mujer, de inmediato lo toma de los brazos con fuerza para evitar la aparatosa caída, logrando en un ágil movimiento pegarse a él. El Guardia
    se endereza y, aunque la joven es alta, el hombre la supera por mucho
    en altura y por primera vez Astart se sintió vulnerable, y en su interior,
    un inesperado descontrol.
    —Gracias —la voz del hombre es más grave de lo habitual. Al
    tener a la elegante mujer tan cerca, le es imposible no embelesarse por
    tan exquisita existencia femenina—. Ahora lo comprendo todo —sonríe
    maravillado sin dejar de mirarla a los ojos. Levantando su mano derecha
    le retiró el sedoso pelo dorado del rostro para ponerlo detrás de la oreja
    puntiaguda, característica de tan impresionante mística especie, que,
    para los neigran, son creación sólo de la fantasía—. Sabía que vos no
    podiáis ser de cualquier mundo: sois la musa que inspira cada verso vivo.
    * * *
    Atrius se sentía muy culpable de que su cuidadora padeciera tanta
    incomodidad por su causa. Era la primera vez, en los doce días trascurridos, que el hombre despertaba antes que ella. Astart, durmiendo en una
    pequeña cama improvisada, entregaba así al miembro de la Guardia una
    visión de lo más sublime. El caballero, de mirada verde claro, acarició
    las facciones de su acompañante; un suspiro entre sueños, una obra de
    arte delicadamente esculpida, cada trazo un verso, cada línea un anhelo.
    Conmovido, por tanta paz y el bien que le transmitía la joven, el tiempo
    se detuvo; no podía dejar de contemplarla en ese instante casi sagrado, y
    en su corazón floreció una esperanza rara. Atrius, con ternura infinita,
    guardó ese momento, pues cada instante con ella lo sintió como el regalo
    divino que tanto había pedido.
    Levantó la mano e hizo lo mismo que en su primer acercamiento: descansar el sedoso pelo oro de la joven detrás de su oreja. Astart
    siendo una lubricus, del linaje puro, tenía además de su gran belleza,
    también las características orejas levemente puntiagudas que sus hermanos elfos compartían.
    La mujer comenzó a despertar; de inmediato se percató de la caricia
    de la mano de su compañero, en el contorno de sus orejas.
    —No existen palabras que describan lo privilegiado que soy,
    porque vos me habéis salvado.
    Con una actitud indescifrable Astart retira lentamente de ella el
    contacto de Atrius.
    —Ha pasado el peligro, ya no es trasmisor de la peste —se pone
    de pie—. Pediré la presencia de su mozo, mi función ha terminado.
    —¿¡Por qué lo hacéis!? —alterado también se levantó de la cama
    y vio como termina ella de ponerse su capa morada, indicador de su
    privilegiado estatus: es una Oráculo. Al no obtener respuesta y contemplar cómo la joven va a la salida, en tres zancadas largas llega a la
    puerta—¿qué tanto teméis?
    Astart ecuánime eleva su rostro para verlo a los ojos.
    —Yo no temo nada.
    —Demostradlo.
    —No tengo que demostraros nada.
    —Demostraros a vos misma que la única persona que está sintiendo algo verdadero soy sólo yo.
    * * *
    Atrius yació en el suelo, un hombre en sombras, heridas abiertas,
    donde el dolor tiene eco, un testigo mudo, pero el verdadero tormento
    no son las llagas en su cuerpo, sino el vacío que dejó ella en su pecho,
    la ausencia de su voz, de su aroma, la vida que se le escapó. Una herida
    más; su corazón, un refugio que ahora está ausente; perderla es como
    eclipsar al sol, una oscuridad eterna que nunca se calma.
    Cierra los ojos, y ve su imagen brillante, en medio de su tormento;
    ella es su salvación, su ángel.
    Así, con el cuerpo fracturado y el corazón desgarrado, él se aferra
    a su memoria, una verdad tan profunda…
    Se puso poco a poco, hasta donde sus manos lo permitieron, el
    ungüento para curar las llagas de su cuerpo.
    La puerta de la pequeña estancia fue abierta, no le causa interés
    ni le sorprende. Sabía que, aunque tardó mucho en llegar, era su mozo.
    Toda su atención ausente estaba sobre el frasco del medicamento que
    jugaba entre sus manos.
    Largos dedos finos de una piel tan pura como la nieve, sacan de
    todo pesar al hombre cuando toman el objeto de vidrio de sus manos.
    —Yo me encargo —la suave voz sedosa de Astart llena la habitación.
    —¡Regresásteis! —el Guardia siente que la vida le vuelve—.
    Gracias por hacerlo; quiero disculparme.
    El ser místico coloca el ungüento en la espalda, que es la parte
    faltante.
    Astart no le encuentra caso a iniciar conversación, únicamente
    desea cumplir con el servicio que le solicitó la Gran Madre.
    La joven sabe y acepta la bendita función de la razón para la cual ha
    nacido, es consciente y ama ser una elegida, servir como pocos pueden,
    a sus Dioses y a su reino. No obstante, ella era hacedora de la verdad y
    por lo tanto tenía que cuestionarse: ¿qué verdad había en Atrius?
    Estos días, poder hablar con un hombre cuya pasión se desborda en
    cada palabra, divertido, optimista, dulce… provocaba en la bella mujer
    una calidez que no tenía idea que existiera. Astart, gran miembro de la
    Fuente, estaba cautivada.
    Tocar su piel, escuchar su grave voz, también era para ella una
    sensación tan complaciente como de total turbación; ante su profundo
    desconcierto, quería conseguir respuestas.
    Con la mano derecha traza delicadas líneas de medicamento viscoso
    en la ancha espalda de su acompañante. Muchos libros de biología ella
    leyó desde niña y sabía que el cuerpo del Guardia era lo que la ciencia
    llamaría: perfecto espécimen.
    * * *
    Los dos encontraron en el otro un gran conversador, cuestionamientos agudos, inigualables debates: increíbles momentos. En una
    semana más trascurrida, conocieron del otro no sólo un maravilloso
    compañero, sino un alma que completaba la suya.
    Atrius estaba encantado por la gracia divina de Astart; la joven
    era de pocas palabras, lo escuchaba y comprendía el gran fuego que
    poseía por la vida.
    Astart disfrutaba todo de él, desde su inteligencia, su ingenio,
    hasta su gran bondad. Un mundo tan oscuro con seres tan buenos no
    podía existir.
    El Guardia caballeroso ayudó a la joven a acomodarse la pesada
    capa. Ella agradecida le obsequió una dulce sonrisa.
    —Ya no los provoquéis —le pide con humor al recordar el espectáculo realizado el domingo que se conocieron, pues identificó su voz,
    la del Guardia revolucionario—. Tenéis que moderar esa gran pasión
    que os invade.
    —Sabéis lo que pienso.
    Asiente Astart al concederle su verdad.
    —Entonces haré que mis hermanas os apoyen.
    Aunque a Atrius le resultó precioso ese voto de confianza, no es
    lo que desea y necesita de ella.
    Se acerca más a Astart y tomándola con ambas manos de su
    cintura dice:
    —Gracias por vuestra lealtad, pero quiero que me juréis algo —la
    mujer al escuchar tales palabras, desconcertada entrecierra la mirada al
    elevar el rostro y unificar las miradas—. Prometedme que más tarde
    os veré aquí, por favor ángel, sólo prometedlo.
    * * *
    —¡Yekûn ist valag! —secundó Astart a Atrius, en medio de las
    protestas de todos sus hermanos.
    La Gran Madre sumamente sorprendida observó a su hermana;
    la joven, en todos estos años, poco había opinado fuera de las miembros
    del Oráculo.
    La anciana contempló con sumo interés a su compañera, que de
    pie expresó su pensar, pensar que no había nacido de ella en las reuniones anteriores en todos esos años; Astart había sido la hermana que
    negaba apoyar a Los Mecenas sobre la cosecha, esa misma mujer es la
    que ahora exige cambios, dejar las hipocresías, vivir en las verdades.
    Palabras muy similares a las de ese Guardia. De inmediato dejó de ver
    a su hermana para visualizar, a quien está segura, es el causante de un
    fuego tan poderoso como peligroso, que sólo los va a consumir.
    Así, entre el fuego y la tempestad, se encontraron, perdiéndose
    en el abismo, con el alma encadenada. Sabía la anciana que la vida era
    una danza arriesgada, y en el humano en su ardiente caos, se siente la
    llamada del abismo.
    * * *
    Las horas pasaron, pero Atrius no se iría; creyó en la palabra de
    ella, quien, después de largos minutos de insistencia, le había jurado que
    se verían en esa pequeña bodega donde se conocieron.
    La puerta se abrió lentamente y asomó el hermoso rostro. Entró
    de inmediato.
    Mirándolo a los ojos, Astart suspiró profundamente abatida:
    —Tenía la esperanza de que siendo tan tarde ya no estarías.
    —Yo os aguardaré en cada existencia, en cada suspiro; mi alma
    siempre os buscará, anhelando vuestra luz en cada tiempo, porque en
    toda vida yo seré vuestro guardián.
    Esas palabras, dichas con tal pasión y devoción, aterraron a la
    joven, siendo para ella una gran herida.
    —Esperaba que no estuviérais, pero demostrando un comportamiento tan insensato sólo vengo a rogaros…
    —Sólo quiero enseñaros algo, es todo —le suplica tomando su
    fino rostro entre las manos—. ¿Confiáis en mí?
    * * *
    Astart no pudo ya evitar confiar en él. Ambos confiaron su tiempo,
    sus pensamientos, sus anhelos, sus miedos, sus demonios, sus almas.
    La mayoría de las noches compartían el mismo secreto: crear su
    propio mundo. La joven pareja esperaba el descansar del día para escaparse por ese camino secreto que Atrius había descubierto años atrás y
    por el cual conocía un poco de la vida común de los darkyrianos. En su
    última escapada fue donde contrajo la peste roja; eso lo comprendió de
    inmediato Astart, al conocer el enigma envuelto en sombras y anhelos
    del Guardian.
    Antes de volver a conocer el mundo exterior Astart y Atrius ya
    eran los mejores amigos; ahora, esa mágica liberación de algo nuevo
    creó en ellos mucho más que compartir tiempo y espíritu; era mucho
    más, ya para entonces… lo era todo para ellos.
    * * *
    Meses trascurrieron.
    Jamás pudieron faltar sus escapadas nocturnas, con ese murmullo
    profundo, de un canto sin voz, un misterio que esperaba entre luces
    y oscuridad.
    —¿No os habéis preguntado cómo sería tener una vida común?
    —deseó saber Atrius.
    Astart, contemplando la iluminación de la ciudad continúo comiendo
    su wichi mientras buscó en la paz de su mente la respuesta:
    —No —confiesa la joven después de largos minutos—. Nacimos
    para esto, somos los principales responsables de que nuestra gente no
    tenga una vida común, sino feliz.
    —¿Creéis que lo estamos logrando?
    —Sabéis que no; debemos respetar los límites.
    —«No toda verdad está hecha para todos» es lo que siempre
    me decís, ¿entonces cuál es nuestro propósito si no podemos evitarles dolor?
    —Nuestro deber no es «evitarles dolor», es guiarlos en su transición.
    —Tenemos las facultades para ofrecerles más.
    —Los Ishtaruk jamás lo van a permitir —Astart llama en la lengua
    sagrada a los que el hombre mortal identificaría como los «Dioses».
    —Disfrutad esta hermosa noche, no luchéis ante lo imposible, nunca
    ganaremos. ¿No sois feliz? Yo lo soy, gracias a vos.
    Escuchar las palabras de su ángel le entristeció a Atrius, porque
    justamente, por ser tan feliz quería mucho más, lo quería todo con ella,
    pero sabía que eso era inalcanzable. Lo que hubiera dado él para irse
    juntos y jamás volver al templo, sin embargo, hacerlo, sin fe de sangre,
    sin a dónde ir, ausentes de algún recurso económico, sería sumamente
    complicado tratar de obtener una vida fuera de esas murallas. Lo único
    seguro que conseguirían sería ser castigados con la muerte, por ser
    acusados de la más alta traición al reino; entonces… No había manera.
    Todo este tiempo ha respetado a su ángel, con la mayor lucha
    interna se ha limitado a los grandes momentos, inolvidables noches,
    por más que el Guardia moría por besarla no lo había hecho, porque
    Astart en su bendita gracia, en ningún momento había dado pie a más.
    No obstante, Atrius primero era hombre que miembro de La Fuente; y
    por tanto sabiendo el hombre gallardo que jamás obtendría de su ángel
    estos deseos ocultos, quiso él entregarle su todo en palabras:
    —Os amo, Astart.
    * * *
    El ser de sangre de ancestros lubricus no volvió a encontrarse con
    el Puro. Semanas trascurrieron y Astart únicamente se concentró en
    sus oraciones, lecturas, transcripciones y a la Gran Madre.
    —Mañana es el Galísh —la anciana recibe a su visitante con esas
    palabras—, y después de entonces comenzarán vuestros derechos y
    obligaciones de sacerdotisa mayor, la Gran Madre: La Ishmaur.
    Astart, con sumo respeto, escuchó cabizbaja las palabras de su
    querida guía.
    La mujer que yacía completamente débil sobre la amplia cama
    pidió a su doncella que le retirara la capa a la recién llegada y ordenó
    que las dejara solas.
    La joven tomó asiento de forma solemne cerca de la señora, mientras presencia los últimos momentos que le quedan a la moribunda.
    —Siento que no fue hace mucho cuando yo me senté en esa silla y
    la Gran Madre requirió mi presencia por el mismo motivo por el cual vos
    os encontráis aquí —suspira en paz—. Ser la Ishmaur de esta tierra y en
    este tiempo, ha sido lo mejor de mi existencia, el más alto privilegio; sólo
    espero haber logrado un cambio, haber estado a la altura de tal linaje.
    —La historia hablará de vos.
    Sonríe la anciana.
    —Lo mismo respondí a la Gran Madre y ahora comprendo por
    qué ella temía que fuera posible haber hecho más. —Como nunca,
    los recuerdos la abrazaron, un regalo bendito antes de su último
    suspiro—. Cuando llegasteis aquí, al templo de Akiiru, a vuestros
    once años, supe que seríais diferente, no por vuestro gran statem, ni
    por la sangre pura lubricus de tan poderosa herencia que tenéis, había
    algo más: nacísteis para la grandeza, Astart. —le testifica la anciana
    con fervor—. Cumplid el crucial papel por la razón de que vuestros
    ancestros existieron, vivieron para este momento, para que vos nos
    diérais honor y la exaltación de nuestras almas. Sabéis perfectamente,
    después de tanto conocimiento que nos compartieron los dioses, por
    las revelaciones y los escritos antiguos, que nada es por casualidad.
    Obtened la gloria, la inmortalidad del espíritu, mi niña. Lo que hagáis
    a partir de ahora marcará con sangre a generaciones. Ishtaruk, dioses
    en lengua sagrada, es en pronunciación muy similar a Ishmaur, porque
    después de Ellos, vos seréis el ser más poderoso e importante de este
    mundo caído; no La Fuente, no el rey, sino vos: La llave. —La mano
    de la Gran Madre pidió la de la joven y, al tenerla, la estrechó con una
    fuerza no correspondiente a lo que quedaba de la mujer de noventa
    y dos años—. Cualquiera puede amar, Astart… —La joven, al escuchar esto quedó perpleja, aunque su porte elegante no lo trasmitió;
    sin embargo, la anciana que bien la conoció supo que dio en una fibra
    delicada—. Pero pocos pueden trascender. No aceptéis ser ordinaria;
    vuestro nombre será venerado hasta el fin de los tiempos, no permitáis
    que nadie os quite la más grande honra de este mundo. «Sangre por
    sangre», jamás lo olvidéis… Porque Ellos nunca perdonan.
    * * *
    ¡Ishmaur, Ishmaur, Ishmaur! Exclamaron todos los presentes, con
    su gran poder divino.
    Astart, vestida con la túnica ceremonial de muy larga caída; las
    rodeaban a ella y a la Gran Madre, desde los techos altos, telas traslucidas
    blancas de suave transparencia que permitía a los demás miembros de La
    Fuente, los reyes de Darkyria, como a las cuatro deidades, ser testigos
    de la ceremonia.
    Los Ishtaruk colocados en la circunferencia, uno en cada punto
    cardinal; metros más adelante, en un círculo los miembros de La Fuente,
    rodeaban a Astart y a la anciana.
    —A partir de ahora, vuestro nombre espiritual será: Elinah —
    habla en voz muy baja, solemne, la Gran Madre a Astart; sólo ella pudo
    escuchar estas últimas palabras—. Os presento a vuestro protector, él
    es quien, llegado vuestro momento, os hará traspasar el umbral de la
    muerte: Pankuntlán. ¿Lo aceptáis, hermana?
    Al ser pronunciada la pregunta, Astart visualizó, a través del
    velo, detrás de la anciana una enorme silueta oscura, obteniendo
    una figura humanoide, y reconoció de inmediato al joven que sería
    su protector.
    ¿Recipis me, Elinah? —«¿Me recibes, Elinah?», pide saber en latín
    el ser llamado terrenalmente Pankuntlán. Astart escucha claramente, en
    su mente, la voz grave y densa del espectro e igual así se comunica:—
    «Os acepto», —a lo que él pide:—«Dicere».
    Y ante la solicitud lo dice, esta vez en voz alta:
    —¡Os acepto! —sella Astart.
    La poderosa identidad crece a tal magnitud que cubre por completo
    a La Fuente y el cuerpo de la anciana cae sin vida.
    —¡Ishmaur, Ishmaur, Ishmaur! —vuelven aclamar todos los miembros mortales, anunciando así a la nueva Gran Madre.
    Astart toma la daga que le presenta su otra joven hermana, se corta
    la palma de la mano derecha y, con la sangre comenzando rápidamente
    a gotear, se dirige al nuevo miembro del Oráculo.
    La niña de catorce años, vestida con una sencilla capa blanca y
    con el rostro cubierto al igual que el resto de los miembros y deidades
    presentes, permanece de rodillas con los brazos extendidos a su costado
    y las palmas de las manos hacia arriba.
    —¿Me recibes, hermana? —solicita saber la Gran Madre.
    —Os acepto, hermana —la voz segura de la adolescente se escucha
    en todo el recinto.
    Astart deja caer su sangre en ambas palmas de la menor. Ésta se
    pone de pie y cortándose también la mano le ofrece el espeso liquido
    rojo a la nueva Ishmaur, para ser sellada por su hermana, estrechando
    sus manos con varios movimientos sagrados. Astart dejó una marca roja
    al tocar arriba del pecho, la tela blanca de la nueva integrante.
    La más joven procede a pasar por cada participante para que le
    hicieran la misma pregunta y ella, aceptando recibirlos sella su juramento
    estrechando sus manos y su sangre. Cuando los veintiún integrantes
    de La fuente y los dos reyes, terminan el ritual, la Gran Madre en el
    centro del templo le coloca su capa morada.
    —¡Que así sea! —el rey de Darkyria le marca con la mano derecha,
    el símbolo sagrado.
    * * *
    Se ha deslizado el tiempo en el viento, y Astart, con el anhelo
    prohibido, rogó que su debilidad no tuviera ningún destino que le
    recordara que, en cada latido, hay un universo de momentos propios. La joven, al abrir lentamente la puerta, no pudo interpretar la
    emoción que le quemaba el cuerpo: dicha o agonía por verle ahí…
    nuevamente.
    Atrius interrumpió el silencio de la noche dando los pocos pasos
    que lo separan de ella y colocando una rodilla en el piso, pronunció:
    —Os dije que siempre os esperaría —e inclinando la cabeza en
    señal de reverencia le rindió respeto—, Gran Madre.
    Ella conmovida siente como el caliente liquido de sus ojos tomó su
    camino y cerrando la puerta se arrodilló enfrente del Guardia. Retiró la
    capucha oscura del hombre y acariciando su perfecto rostro preguntó:
    —¿Esperaréis siempre por la Gran Madre?
    —Por quien vos decidáis ser, yo ahí estaré.
    Y por primera vez en su vida Astart se quebró y soltó el llanto.
    Atrius la abrazó de inmediato y en sublimes susurros le juró que
    todo iba a estar bien, que estando juntos toda verdad sería suya.
    El hombre de ojos verdes le tomó suavemente la cara e hizo lo que
    había anhelado todo ese tiempo: la besó. Y ella a él.
    Astart confesó con voz entrecortada, mientras observaba esos
    bellos ojos:
    —Ya no puedo callar lo que siento.
    —No lo calles, sólo aprende a escucharlo. Lo haremos juntos.
    —¿Lo juráis?
    —Sí, os lo juro —dijo el Guardia.
    * * *
    Toda promesa se cumplió. Todo momento se dio.
    Y ambos crearon su verdad.
    Sobre el techo del edificio abandonado, ambos contemplaron el
    silencio de la noche, como aquellos vigilantes que cuidaban el sueño
    del hombre.
    —No debemos permitirlo —sin dejar de ver la ciudad, sumamente
    serio, el Guardia le atacó.
    Astart suspiró, supo que él no cedería.
    —No a lo mismo, Atrius. Hay batallas que se deben dejar pasar,
    para ganar la guerra.
    Al escucharla él se ríe sin humor y voltea para verla.
    —Es fácil decirlo cuando vos no perdéis en la lucha.
    Le desagradaron las filosas palabras del hombre que tanto le
    importaba, pero no quería nuevamente entrar en una calurosa discusión, por lo menos esa noche, después de tan pesada carga que ha
    estado soportando.
    Se pone de pie Astart:
    —Es momento de irnos —pronunció tajante.
    Volviendo su mirada a la ciudad nocturna él le aseguró:
    —Lograré que mis hermanos voten a favor, os aviso.
    —Haced lo que queráis, estoy harta de que deseéis más…
    Poniéndose de pie exclamó el Guardia con pasión:
    —¡Y estoy harto de que vos huyáis!
    —¡Dejad qué la vida responda!
    —¿¡Responda!? Astart, por favor… —quedó perplejo—¿Cómo
    podéis ser tan indiferente?
    —Yo sí entiendo nuestra razón de ser La Fuente. ¿Por qué mortificaros tanto por pocos? ¡Por nadie!
    Las palabras tan duras y directas que le dirigió a Atrius, le hirieron; se dejó caer de rodillas.
    —Mi padre no dio su vida por «nadie», sino por lo correcto. Pocos,
    muchos… debemos hacer lo correcto.
    En todos esos meses en ningún momento ni Atrius y mucho menos Astart habían hablado de su vida antes de ser parte de La Fuente;
    le impactó esa revelación tanto como ver a ese gallardo hombre llorar,
    por primera vez.
    —A mi padre lo mataron por hacer lo justo. Yo tenía cinco años
    cuando lo quemaron vivo, lo vi morir… les suplicaba a los guardias que
    se detuvieran. Mi padre me rogó que me fuera, pero no podía dejarlo.
    La joven se sentó junto a él y con sus finas manos limpió las lágrimas de su rostro.
    —Éramos prósperos; la gente siempre se acercaba a mi padre para
    obtener su ayuda y él siempre se la otorgaba, no importaba quién fuera,
    siempre estaba dispuesto a hacer lo correcto. Cuando éramos pequeños
    recordarás que ambos reinos, Darkyria y Zoleig, lanzaron el decreto por
    el cual todo Neigran varón, de corta edad, debería ir a los continentes.
    Una de las eras más dramáticas de la isla vino a la mente de Astart,
    lo que sabía por los libros, pues era una infante cuando ocurrió el suceso
    y por ello le era tan ajeno, como esa historia de terror inventada para
    asustarle en las noches.
    —Delincuentes fueron llevados, pero al no ser suficientes, no
    tardaron en seguir con los Neigran. Aunque al principio se fueron con
    grandes promesas, no pasó mucho tiempo antes de que se descubriera
    que los llevaban a morir a otras tierras. Eran el tributo de los Electus a
    esas castas inferiores para servir a sus guerras, esclavizarlos. Mi padre
    aun sabiendo que ponía en riego toda nuestra existencia, escondió a decenas de ellos a pesar de que mi madre imploraba que él parara. Luchó
    con su vida para proteger a esa casta. ¡No hay vida pequeña! —exclamó
    con fervor y le suplicó a su amada:—No os canséis de hacer lo correcto,
    aunque las sombras se ciernan sobre ti, porque incluso en la oscuridad
    más asfixiante, la luz jamás se extinguirá.
    Astart completamente vencida por lo revelado cierra los ojos
    y suspira…
    —La verdad nunca deja de ser —sonríe cansada.
    —La vida se lo debe a mi padre, nosotros se los debemos a toda
    esa gente inocente. Si los controladores de este mundo hiciéramos lo
    que nos corresponde como lo hizo mi padre, no tendría la gente buena
    que dar su vida por otra. Son por esos «pequeños» grupos que nosotros
    existimos, para que les ofrezcamos a ellos una transición benevolente, su
    verdad. Os suplico, no penséis como Ellos, nosotros lo hemos aceptado
    todo este tiempo y ya veís lo que hemos conseguido: A Darkyria. —Y
    concluyó el Guardia sintiéndose completamente débil, pero no derrotado—. La vida responde, Astart, siempre lo hace. El problema es que
    nosotros hemos corrompido sus deseos.
    —Podremos engañar a los dioses, incluso a nosotros mismos,
    pero en absoluto a la vida —reconoce Astart—. Ya no estáis solo, lo
    haremos juntos.
    —¿Lo juráis?
    —Sí, os lo juro —ahora ella le prometió—. ¿Y cómo se llamaba
    vuestro padre?
    —Séneca.
    * * *
    «Os amo, Atrius» fueron las últimas palabras que él pudo escuchar, antes de morir.
    Las esposas en manos y pies, el grillete en el cuello y la mordaza,
    quedaron bien ajustadas, porque sólo así la guardia real se sentía segura
    de que su vida no corría peligro. Por el tipo de delito, la detenida era
    la única ubicada en el último nivel subterráneo de la torre Aka, lugar
    donde recluían a los peores delincuentes de Darkyria.
    Subieron las escaleras de piedra durante varios minutos; al llegar
    a la mitad de la altura de la gran torre, se dirigieron los diez guardias,
    junto con la acusada que custodiaban, a la cámara que unía con un largo
    pasillo, el calabozo con la corte.
    Esperaron poco tiempo en la estancia, totalmente ausente de objetos, muebles e incluso ventanas; solo eran cuatro paredes de piedra y
    dos gruesas puertas de madera, en cada extremo.
    Se abrió la puerta frente a ellos y más guardias reales ingresaron;
    estos se colocaron en todo el perímetro del lugar.
    La detenida no tenía ni idea por qué fue llevada allí, sin embargo,
    no le importaba, sólo esperaba que la agonía terminara pronto.
    —¡Su Majestad, el rey, y la princesa Galia! —un hombre anuncia
    al monarca de Darkyria y a su primogénita.
    Los custodios junto a la detenida se hincan ante tan importante
    presencia.
    La pequeña, al ingresar a la cámara fría, centró su atención en la
    mujer que sometían, por todos los medios. Sin que nadie lo esperara, la
    niña se encamina con su ya tan conocido caminar majestuoso: firme,
    elegante, altivo.
    —¡Princesa! —exclaman varios de los presentes con angustia y
    varios interfieren en su camino.
    —Es una detenida categoría «E», por favor no se acerque, alteza
    —pidió de inmediato el capitán de la guardia real a la menor.
    La niña no los escuchó y llegó hasta la mujer marcada como la
    prisionera E-25. La letra indicaba que sería ejecutada, sin derecho a
    juicio, por alta traición. Aun sabiéndolo, la pequeña se aproxima y le
    toca la cabeza con ambas manos.
    —Dejadme a solas con ella —ordena seria, después de casi un
    minuto en contacto con la prisionera.
    El rey, lord Ballak, la doncella de la princesa, protestaron de inmediato.
    —Padre, dé la orden —pide la pequeña con voz autoritaria.
    El rey ordena la petición de su hija, desde hace cuatro meses que
    su tan amada hija comenzaba a manifestar su tan impresionante don,
    era a él a quien le tocaba ahora escucharla.
    —Quitadle todo —siguió ordenando la princesa, señalando los
    metales en el cuerpo de la acusada.
    Todo lo que sometía a la prisionera fue retirado de inmediato, y la
    menor esperó a quedar en el lugar, únicamente con la mujer. Pide que
    ésta se ponga de pie.
    —Astart de la casa Daíriøn —Galia dijo el nombre que los últimos días era lo único dicho por su padre y lord Ballak; él era la única
    persona de completa confianza para el rey, por eso, años atrás le había
    sido entregado tan codiciado título: lord Ballak.
    Astart observó a la princesa Galia; ella sabía perfectamente que
    la bella creatura apenas debía tener los ocho años, no obstante, se veía
    madurez en la pequeña.
    —Sois muy hermosa —la princesa, con las manos atrás, analiza
    a la mujer—. ¿Qué mal os poseyó para copular con vuestro hermano
    y matarlo?
    La mujer, de sublime rostro, solo bajó su mirada gris; el dolor era
    tan inmenso que sabía que ni la muerte podría perdonarla.
    —Por favor —solicita la princesa la mano de la lubricus.
    Galia, aun en su limitado statem logró visualizar imágenes impresionantes de un futuro muy cambiante, incierto y oscuro; en los rápidos
    escenarios que se le presentaron, una y otra vez en su mente, había algo
    indiscutible: Astart.
    La mujer seguía guardando silencio mientras la princesa le tomaba
    la mano con los ojos cerrados.
    Astart vio parado, detrás de la princesa Galia, al que fue por muy
    poco tiempo su protector, y ahora su verdugo.
    «Ella», escuchó en su mente la detenida, la voz de Pankuntlán.
    La antigua Gran Madre entendió, de inmediato, que el poderoso
    ser quería ser parte de la esencia de la princesa, pero no comprendía
    qué podía hacer ella para complacerlo.
    «Los tres», vuelve a hablarle ese ser; la mujer responde: «No
    entiendo de qué habláis, no puedo hacer nada por vos, sabéis que a mí
    me van a ejecutar».
    —Seréis mi maestra, todo vuestro conocimiento será solo para
    mí —Galia termina la conexión y soltándola la mira a los ojos—. Hoy
    yo os salvo vuestra vida —toca el vientre de Astart—. Mañana vos lo
    haréis por mí. ¡Locutus est sanguis meus!
    Astart Dáiriøn comprendió, de la más despiadada manera, que jamás
    se puede burlar a los dioses, Ellos siempre te cumplirán, en la medida en que
    uno responda a sus peticiones. «No se puede servir a dos señores» y ella creyó
    ser superior a cualquier ley. No importa cuál sea la creencia de cada individuo,
    cuál sea la tuya, quién o quiénes sean portadores de tu fe, siempre te van a
    cumplir si jamás quebrantas el eterno código sagrado: Lealtad. Ser leal a nuestra esencia, a nuestra verdad, porque nos promete la vida; si lo cumplimos, se
    nos va a reconocer. Pero, rompe esta bendita ley y no habrá vidas suficientes
    para pagar tan grave afrenta.
    Los dioses tienen sus planes, sí, pero también cada uno de nuestros
    demonios…